Historias de guerras inventadas - Cap. uno - La soledad
Barriadas de Caracas, República Bolivariana de Venezuela
Medio millar de milicias.
Más ejército regular leal a la revolución.
La
soledad en las barriadas de lo alto en Caracas le da la razón a una
banda de forajidos adinerados que matan sin balas.
El
imperialismo es poderoso.
Sus
aliados son poderosos.
Sus
armas son poderosas.
Su
sed de sangre es insaciable y la viene bebiendo desde que se
independizó de otro imperialismo que masacró estas y otras tierras.
Se
lanzaron a chocar de frente.
Murió
el líder que movilizaba, organizaba, buscaba la liberación de esas
fuerzas, lo compartía con los demás países de la región.
Pero murió.
Pero murió.
Murió,
sospechosamente, de cáncer.
Murió,
sospechosamente, en plena elecciones.
Aún
así, Venezuela, sigue en su cruzada encrucijada.
Pero sola.
Pero sola.
Sola
desde las calles que la televisión impone en imágenes.
Sola
desde los medios de comunicación continental que amedrentan sin
tapujos a todos los venezolanos y todos los demás latinoamericanos
que quieran hacer del mundo un mundo mejor.
Sola
desde la retórica, ya que parte de su fuerza intelectual es gastada
en discusiones con sus pares ideológicos convencidos en divinidades
de las luchas ajenas.
Sola,
con enemigos adentro y afuera, que quiere sangre y no hay sangre más
dulce que la derramada en una guerra.
Sola,
con medio millar de milicias, más un ejército regular leal a la
revolución que aún no arrancó el cáncer que los está matando.
El
capitalismo es mucho más cruel, es el asesino perfecto.
Durante
varias horas Fidel no se acercó al punto de reunión como habían
quedado desde el plan pactado allá en México, antes de salir en el
barco, que se agitó todo el camino y nos apiñó como sardinas
envasadas.
Solos
en medio de la sierra.
Solos
con los que sobrevivieron al calor, la humedad, el asma, las bombas
cuando bajaron del barco.
Solos
al caminar incesante de rastros de balas y rostros de miedo.
Solos,
como cuando ganaron, apoyados por el pueblo, y ver que en la
Organización de Estado Americano se la expulsa por haber denunciado
al mal mayor de los males, el Imperialismo.
Ni
un tantico así.
Y sola quedó.
Y sola quedó.
Sola
y con hambre.
Sola
y con vida.
Sola,
gracias a que Fidel logra llegar y saludar a los que sobrevivieron
para luego bajar e intentar morir de nuevo.
Macri,
Mauricio, asumió la presidencia de Argentina en diciembre de 2015,
el diez, de un día nublado, casi de lágrimas. Representa
al imperialismo rancio del norte, como un Lord o un Noble que ha tomado
posición en nombre del Rey. Pero es el capitalismo salvaje en su
peor momento de la crisis mundial,
que logró con sus leyes y trampas ganar.
El apoyo en las elecciones que fue de la mitad más un dos por ciento
y la gesta iniciada en esa asunción se coronó en las calles
servidas de policías. En seis meses de gobierno generó una crisis
económica de tal magnitud y a favor de su clase que drenó a la
industria pequeña, a los trabajadores y, con solo dos meses, su
mandato ya tenía a más de cien
mil
trabajadores desocupados, solo
del sector público, y
el freno de la economía a mitad de año expolió a los del sector
privado.
El
25 de Mayo, día Patrio para el país, Macri festeja solo.
Saluda
a su fotógrafo.
Saluda
para un lado y para el otro, el fotógrafo corre.
A
su entorno que lo rodeaba no le quedaba duda del compás apresurado.
Ministros, secretarios, corte y más de trecientos efectivos entre militares y policías de ciudad y federales.
Ministros, secretarios, corte y más de trecientos efectivos entre militares y policías de ciudad y federales.
Macri
estaba solo.
El
pueblo lo miró desde lejos, unas cuadras atrás de unas vallas de
tres metros rodeados de Federales, en vivo y en directo.
Haití
fue soledad.
Negros
esclavos gastados bajo el sol del Caribe ven la única oportunidad
que los dioses dan y, como quien dice la cosa, a machetazos y fusiles
se liberan del yugo francés.
Haití
fue soledad.
La
noticia no corrió como quisieron. Fueron el punta de pié para
liberarse de los europeos que entraron en una guerra imperial.
Olfatearon
los chamanes y, mediante el Vudú, tomaron el poder y con poder
dieron la libertad aboliendo la esclavitud.
Si,
no solamente un esclavo pasaba a ser un humano, si no que tenía
beneficios, derechos, igualdad y se insertaron en una economía
única, sin patrones ni reyes. Socializaron la tierra y sus
productos.
Haití
estaba sola.
Los
franceses tenían corsarios, los ingleses intereses y los Españoles
sed de sangre.
Fueron
masacrados de noche, con cañones de diferentes barcos. Se asesinó a
los niños, luego a las mujeres y a los hombre que portaban cualquier
idea.
A
los chamanes se les prendió fuego para que ardan en el infierno.
A
los revoltosos ilustrados, a ellos, el fuego de la purificación era
poco.
En
pedazos, el mundo se enteró que Haití fue la primer revolución de
nuestra América en proclamar libertad completa. También fue la
primera en pagar los gastos de su liberación y de las masacres
sucesivas y de ofender a los Imperios, también porque estudiar y
comer en pleno nacimiento del capitalismo era un privilegio avanzado.
Haití,
de sola que quedó, hoy es el mismísimo infierno. Más de doscientos
años de sufrimiento de un pueblo que de vez en cuando come, sus
tierras arden el carbón y algunos vegetales ya casi no crecen. Hay
pocos animales para la carne, pero muchos humanos, en algunas
ocasiones que se ofrecen en sacrificio.
La soledad es un vicio innecesario,
de un sistema que necesita,
por su lógica,
que exista gente sola.
Porque unida, en compañía, nunca es vencida.
Darío desde La Oscuridad a Diario.
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