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Mostrando las entradas de junio, 2010

La calle

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El negro volaba feroz sobre las calles desiertas del pueblo. Tenía que estar a las 9:15 en lo de Pancho para comer. Pancho lo esperaba con fideos caseros. Pancho le adelantó la invitación al mediodía y es promesa. El negro corría por la plaza principal. Dos cuadras y llegar al bulevar a la izquierda. Ante unas miradas interesantes de los transeúntes del pueblo, que a esa hora nadie o pocos se atrevían a salir, salvo para comprar lo que quede de pan para cenar en la panadería de Rosita, entre la Municipalidad y el kiosco de revistas. El negro llega al final de la plaza, agitado y cansado, corrió sin parar desde la Terminal, cuarto cuadras al volar del viento. Por el frío de las sierras, que bajan oleadas de invierno, Tornquist se cierra por completo. La oscuridad, por fuera del pueblo, es oscuridad total. Algunas nubes, la luna a lo alto que viene desde Bahía Blanca y se acuesta por Pigüé . El negro frena en la esquina, mira hacia los costados y cruza decente, cansado, pero al tocar a

Contrato

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Se presentó galante, acompañado de truenos, rayos, estrellas y un olor a fresas. Se presentó con besos de labios pomposos y olor a sexo. Se presentó en celo, caliente, apasionado, lamiéndose los dedos y tocándose las partes de su cuerpo vulnerables a la excitación. Se presentó con papeles en mano y un bolígrafo. Se presentó con nombre y apellido. Se presentó con un coro de ángeles rojos endemoniados. Se presentó en esos momentos en donde uno tiene las tantas tareas del día aún frescas y sin resolver. Tomó mi mano y me ofreció ser la persona única en este universo contratada para tal efecto, sellado y notariado, y me dio el contrato para que lo lea. Atentamente, ante las explicaciones del caso, leí y propuse cambios. Notaba en su voz que las propuestas se hacían interesantes y lo veía como desconfiado de lo que escuchaba. Leyó él mismo en voz alta el contrato, esperaba encontrar algo raro, pues mi humor era excelente y mi rostro no denotaba asombro ante su presencia. Me lavé las m

Cuestión de honor

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Un sólo beso de fresa, una boca cerrada, un sólo aroma. Recordaba eso cuando partía a su trabajo, como de rutina, como de memoria. Una foto, un libro, una mirada, tres años, una noche, dos personas y un saludo eran parte importante de la memoria que guardaba la imagen en esa mañana fría de julio. Decidió seguirla. Caminó virtualmente por las nubes cuando supo que sí, que ella venía a su encuentro. Pero él no creyó en todo lo que prometió ni ella aceptó lo que él argumentó. Fueron debates filosóficos al aire, uno denso, al éter mismo de la luz, por su velocidad y brillo. Negoció un encuentro cercano y se perdió en palabras. Las de ellas eran palabras sueltas y él las respetaba. Ella se compró una bolsa y se tapó de lentejuelas, zapatillas y luces. El se compró un arma y se voló la cabeza. Ella no lo sabe. El contacto era solo telefónico o por cartas, ahora se siente ofendida, vaya uno a saber el porqué, ya que su adulador gratuito y amante mensajero ya no escribe ni la llama. Tomó

Como tango

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Impactaba el hecho de verlo llorar, tan solo estar sentado en la calle, al borde del cordón llorando, a moco tendido como un niño.Porque era un niño. Él quería llorar mucho. Él solía llorar solo, en una esquina de su cuarto, y ahora lo hacía en la calle. Caminó seis kilómetros llorando, sollozo y mocoso. Caminaba por momentos sin ver a los autos de frente ni los que pasaban al borde de la autopista en construcción que soplaban besos de muerte. Los semáforos guiñaban el llanto. Las luces de la tarde, ya noche, encendían y visualizaban el llanto. Su ropa, cómoda por el uso diario, estaba sacada de su habitual costumbre, la camisa afuera del pantalón, las mangas mal subidas y los botones a medio prender. Una vez que pasó el puente de la ruta, se paró para ver cómo los autos dejan la estela de un paso ligero. Los ojos vidriosos contenían las luces de los faros latentes y de los rojos avispados que huían del sollozo. Le faltaba mucho por llegar, pero el camino a la pena máxima era cruel, él