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Mostrando las entradas de agosto, 2011

Inventario

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Al abrir encontré que me quedó el aire. Me quedó un encendedor. Me quedó un sabor. Me quedó el humo del cigarrillo compartido. Me quedó tiempo libre al mediodía. Me quedó un paseo sentado en el banco esperando. Me quedó el frío de calles cruzadas. Me quedó una imagen con tus pasos cortos viniendo. Me quedó un llamado y varios mensajes. Me quedó un sin fin de cartas que no llegaron, que se quemaron, y si llegaron no están y si ardieron ya no estarán. Me quedó la escalera sin ascensor y una tarde sin luz. Me quedó la almohada desnuda. Me quedó la ropa sin prisa. Me quedó tu mirada, de tiza. Me quedó tu aroma a selvanegra y tus manos de enredadera. Me quedó un trozo de cielo y tu hermosa imagen de tu estrella. Me quedó una canción, triste, canción al fin. Me quedó eso, aquel día, esa, aquella tarde. Sumando espacio para guardar más gotas, lágrimas de por medio que se confunden pero tienen sus sabores de sal indescriptibles. Restando tiempos pasados para poder guardar ocasiones futur

Miradas

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Recuerdo sus días, desde el primero. El día exacto que nos miramos a los ojos. Una tarde, tomando algo con amigos, una pícara, me pregunta quien fue o es mi amor, aquel que uno no olvida, aquel que se lo merece. Yo la miré. Estudié rápido su jugada, le conté. _ Un hombre. -Dije y sonreí en silencio- Un hombre hermoso. Todos miraron los gestos que cada uno hizo. Los míos se taparon detrás de un vaso, los de ella, que levantando la ceja derecha intuían que algo no cuadraba. Los que me conocen se reían, los que entraron en el instante previo a la pregunta se quedaron esperando la segunda parte. _ ¿Un hombre? -Dice, espera más- ¡Contame! _ Si, un hombre hermoso. -Me acomodo, dejo mi relajada situación en la silla, busco un cigarrillo.- Lo esperé mucho. Esa noche, principalmente desde la mañana anterior, ya lo estaba esperando. -Explico con las manos, como suelo explicar los síntomas de mis sentimientos- Costó mucho entender que si venía lo tenía que amar, casi sin conocerlo, porque s

Sueño

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¡Basta! Declaremos que somos tan incompetentes como nos compete el tiempo que llevamos mirando los sueños internos pasados y, con sólo eso, pensar en la realidad andante, sonante e inquieta de nuestras sábanas. Y dije basta porque uno no puede vivir con los párpados pegados a las manos y, entre los dedos, ver tu cara sonriendo en cualquier afiche, de cualquier calle, de cualquier lugar. El insomnio mata a los devoradores noctámbulos. Los destroza. Les quema las cabezas. Arden en llamas. Se tocan con tu nombre. Lo recuerdan. Se marchitan en el tiempo y vuelven a florecer cuando, al pasar los años, se encuentran radiantes y sudorosos entre las almohadas tumbadas, desnudas y la oscuridad de ese preciso mediodía de invierno en el mar de los mares. Sí, basta. Porque los ojos saltan de sus órbitas al verte, flequillo abajo, los tuyos devorando. Sí, basta. Diría en un sueño despierto. Pero no es más que un sueño y desperté preguntando si lo dije en voz alta o en silencio. Encan

Cartas que nunca se leerán

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Nunca llegó el cartero. Esperé sentado en la vereda, sobre el cordón, para aventajar al hombre que siempre trae señales del mundo exterior. Esa mañana, mientras esperaba, pensaba en voz baja. Miraba a la vecina que salió tres veces, de las cuales dos me miró como sorprendida, una saludó, la del final, la que me pudo reconocer que era yo el que estaba esperando algo, fumando. El perro de Don Pascual es insoportable. Ya sea de noche o de día, es insoportable como el mismo dueño, un ex ferrocarrilero que no hace otra cosa que quejarse de la jubilación, del partido, del tiempo, del gobierno y de sus días. Me di cuenta que se ladra de la misma manera cuando se comparten cosas, como la vida. Tenía esperanza que la carta enviada tenga repuestas. Si, las tenían las otras dos enviadas, devueltas, y nuevamente enviada a vos. No las podía dejar así, solas, esperando una aclaración que el tiempo mismo no las daba. Porque si algo es tirano es el tiempo. El cazador de hombres, el devorador de su

Judith

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Así pasaban los minutos. Ambos. Esos minutos eternos entre el hola, dónde estás y el adiós, hasta luego. Ella contaba lunas, soles y estrellas en el techo. Las mencionaba. Las marcaba. Las quería. Él, astrónomo principiante, se las guardaba en aliento por toda su espalda, su cielo infinito, sus manchas. Él le cantaba poemas, ella pedía más. Él cantaba su día, ella pedía otro café. Navegaban junto, no mucho, ni tampoco desde hace tiempo. Fue un tramo de mar, ese mar de gente que los perdió en el tiempo y luego los trajo. Una corriente cálida que los abrazó un instante y un frío polar que los separó. El barco sopló vientos y los vientos velas y las velas barcos. En cada ida, ella nadaba entre las personas. Él, en su cubierta, la veía desaparecer tan rápido que no daba tiempo de tener ese recuerdo; lo que duraba ella en el mar, entre la gente, entre las piedras. Él no quería nadar. Ella no quería caminar, el mar era su vida. Él anunciaba su llegada, ella lo esperaba a pocos metros, e

En caída libre

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Ninguneo de palabras en una cascada de entonaciones cerradas de un montón de nada que se intentan decir después de un largo momento. Nada es igual No se entiende. O sí. Lo que se dice o se calla. Lo que una o dos palabras cambian, se cambian las cambio y se vuelve un sin fin de hechos. Freno. No entono. Acaso el ocaso trae una mañana diferente como la tarde nublada nos indica que la noche es más larga de lo esperado... Respiro. Tomo el aire. Exhalo. Pienso. El humo expulsado no refleja el acelerado cambio. No lo puede hacer, no quiero que lo intente no lo intentes y no me pidas que lo analice, en todo caso, te corresponde a vos. Respiro, fumo y la garganta se vuelve a quemar marchitando los días que a la espera de un tiempo pequeño nos encuentre triunfante. Nos encuentre. Triunfante. Nuevamente. Así de acelerado estoy hoy. Mañana también. La Oscuridad a Diario.

Cuentos pasados

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Allí estaban. Ambos. Piel con piel. Ambos. Sus ojos. Sus bocas, ambos. Allí estaban y se acercaban, meticulosos. El ambiente estaba cargado de idas y venidas. Estaban, ya, en su lugar de combate. Eran soldados, piel de guerras, piel de todas y cada una de las etapas que nunca se dieron, hoy se daban. Todas juntas, por montones, por tiempos ilimitados, estaban, cara a cara, juntos. Quiso besarle las muecas de su sonrisa. Quiso ser parte de su vientre. Quiso sentir el fluir de su sangre por su piel. Su boca. _ Me gusta tu boca ¿te lo dije? - Afirmó y preguntó para tener una repuesta que ya sabía de ante mano. _ Sí -Dijo, mientras las muecas de su sonrisa se mezclaba entre los besos y los labios.- Lo sé – respiró. Su Piel. Recorrió cada tramo de piel. Su piel con aromas. Su piel extensa. Su piel caliente. _ Tu aroma, me gusta. - Dice y baja por su cuerpo – Pero tu piel tiene la culpa – Atribuye. _ Es tuya, soy tuya. -Dijo mientras tiraba su cabeza en la cama, cerrando los ojos, si