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Mostrando las entradas de agosto, 2010

De golpe

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Se sabía que era inoportuno caminar de noche por el bulevar, doblar en cualquier calle y parar para ser un atractivo físico de los coches y los pocos transeúntes que pasaban. Buscaba el dinero que no tenía trabajando formal e incómodamente en una oficina negada hacía ya diez años. Se mudó tres veces, la última a un sector ocupado de la villa 31, a pasos de la salida de la autopista. Trabajó de panadera, de limpia coches, de pedigüeña, de trapeadora y de puta, pero su economía seguía al rojo y la obligó a salir de nuevo a la calle. En Neuquén era secretaria de una empresa contratista para los pozos petroleros, ganaba muy bien. Comía bien. Vestía bien. Dormía bien. Caminaba bien. Cogía bien. Se mudó a Capital para una chance segura de cambio. Se trajo sus cosas en una maleta de viaje. Viajó en avión. Tomó el primer trabajo en una agencia de autos. Alquiló una pensión en la Boca, cerca de la bombonera. Viajaba en colectivo como el resto de los porteños. Comía en un bar al costado de la p

Estamos bien

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Salió pronto de su casa. Casco, linterna, botas y la ropa de trabajo planchada, limpia, impecable. Le dio un beso a Fernanda en su frente mientras dormía. Ana lo saludó con un beso grande y un cuidate. Él esperó el camión que lo pasaba a buscar temprano por la ruta, junto a cuatro compañeros del turno. Se sentó y los vio a todos durmiendo un poco más para estar bien durante las horas de trabajo. Un beso, un hola, una mano, un amigo y un compañero. Un beso, el último de Ana hace 17 días. Un hola a sus paisas que esperaban el camión. Una mano para subir al camión de un amigo de años. Un compañero tomó una hoja, escribió una nota y la colocó en una sonda que rastreaba si había aún vida a 700 metros de profundidad en la mina de San José en Copiapó, Chile, que colapsó. Todos lloraron en la superficie por las pocas palabras que la nota tiene: “Estamos bien en el refugio, los 33” Ana lloró. El partido entre Colo-Colo y su rival pasó de un minuto de silencio a un minuto de alegría. El paí

Una vida de millones

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Se calzó los anteojos, miró la hoja mojada que tenía en su mano y pegó una fumada a su puro que ondeaba por la humedad de la selva. Una gota de transpiración recorrió la barba irrespetuosamente. Se la secó con la mano. Miró a todos firmemente convencido, como suele hacerlo aún cuando tiene una idea. Todos miraron al piso, en él se encontraba lo mismo que la hoja, dibujado en magnitud a punta de un pequeño palo. Siguió pensando más. El resto escuchaba en silencio el ruido de su cabeza. La selva, la sierra y las metrallas hacían silencio cuando él pensaba. Abajo de la sierra unos campesinos corrían escapando del Ejército que se apostaba para sorprender a los sorprendentes, los fantasmas, los humeantes, los barbudos, los rebeldes. Se tomó de la barba nuevamente y dijo en casi un murmullo -ya está- . Todos lo miraron asombrados y contentos. Habían ganado. Levantó su cuerpo enorme entre los hombres más grandes y les dio las indicaciones del caso. Una hoja a Ernesto y otra a Camilo. Eran

Vapores

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Salió a la noche. El camino de ida hacia Hiroshima era un tramo, nada más que eso. Desde Nagasaky las pequeñas luces, las fábricas y el humo envolvían una guerra perdida, eso quedó atrás cuando salió de la isla. Hace dos días que está caminando Yanajido. -Salí de noche. Me espera un camino hacia mis padres. La guerra, mi pobreza, el Emperador, el honor y el mismo horror estaba terminando y con él comenzando. Uno no muere en una guerra, por más cruenta, uno muere porque se le acaba la esperanza- Pensó mientras subía una cuesta por el camino. Hacía varios días que se turnaban para seguir. Todo era un desastre. Llegó cansado a Nishio, espera una madrugada despejada. La luz del sol. La luz de los faroles. La luz que quema. Yanajido pierde de golpe el suelo en que pisa. Pierde el sentido y el gusto a sus cosas cotidianas. Pierde la piel. El cabello se le quema. Pierde a sus padres que mueren vaporizados. Pierde a su compañero que entró a Hiroshima un día antes que él. Pierde las ganas de

Presentaciones causales

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La imagen no tiene nada que ver con el relato, pero que está muy buena no cabe la menor duda. La foto es mía... Campana: calles De Dominicis, entre Rawson y San Martin. Después de una bizarra presentación de dudas y certezas, tanto de uno como de la otra parte, mate de por medio, charla en el parque al sol de la mañana y reposando sobre el pasto verde claro se besaron en una escalinata de oscuridad y pasajes lúgubres que tiene la ciudad. Pasaron días. En los días a venir se volvieron a besar. Entre esos días fue sexo. Entre el sexo hubo rumores y promesas dignas de un criptograma. Entre los recovecos de la histeria hubo momentos pocos y muchos. Hubo pasión de multitudes. Un auto blanco parado en la puerta de su casa que con gusto lo montarían y lo convertirían en un bote para navegar lejos. Hubo promesas de viajes. Hubo ganas de viajar eternamente pero terminaban agotados de acabar en una profana penetración carnal con vínculos mezclados y olores derivados del mismo fuego eterno entr