Campeones


No se utilizan, casi siempre, los labios para besar. Se suele besar al aire, pensando en un beso volador que caer sobre al boca de la amada y/o amado. O no tan amada y/o amado, puede simplemente ser cualquier persona que pasó y robó el beso en el aire o mereció en esa oportunidad un beso de algún Robin Wood de los besos en el camino. Son besos ricos los que salen sin destino alguno, más que el simple aire, y flotan hacia la persona que, casualmente, encontró un beso extraño. Todos se devuelven. Es casi una obligación moral devolverlos. Pero no se hace seguido. Lamentablemente los besos huérfanos por el olvido quedan en la espera. Son bocas secas que no salen a besar la vida con ganas. Son besos condicionados que, por sus condiciones, son imposibles que salgan a responder el beso cohete volando, despegando, en órbita. El beso de pico suelto, el beso de manitos al aire, el beso violento que vuela fugaz para que llegue sí o sí al destinatario. El beso con guiño que sale, presentación ocular primaria, para completar la jornada hacia dos destinos: Una sonrisa, simple y con algún rubor o nada. Indiferencia ante el beso que fue festejado por la cara, acompañado con la caída del párpado gesticulador y toda una jugada futbolística que pasó raudo hacia el fondo izquierdo, gambeteando a la defensa y dejando libre el medio para caer en la cabeza que se dobla con un golpe lento, pero seguro, al arco y cuando se está cayendo se escucha el grito de gol adelantado por la misma hinchada y el goleador, que sabe de goles, al caer ya no mira al arco si no al que pateo de costado y corre lentamente sin mirar al contrincante. Sólo a la gloriosa nube que en el cielo festeja el beso que golpeo el fondo de la red. Un beso en cámara lenta que fue aplaudido por muchos, ruborizado por otros tantos, pero que besó de final del tiempo. Allá, en los albores del fútbol, ambos jugadores chocan sus pechos transpirados. Levanta el goleador su mano que corre por el cuelo de su compañero, entrelazando el pelo mojado y largo. El que abrió la jugada lo toma por la cintura y afirma sus abdominales a su compañero levantándolo unos centímetros del césped y con la gracia danzante del ballet giran sus cabezas en sentido opuesto y se acercan humedeciendo sus labios antes del choque frontal de sus caras y dejan caer sus inhibiciones. Es el momento del beso apasionado que cruza la mano apretando y trayendo la cabeza de su compañero contra la suya, mientras se afirman los cuerpo fusionándose en uno. Qué jugadores. Enmudeciendo el estadio a pesar del gol campeón. Fue, para el campeonato, el cierre de etiqueta que necesitaba y sudaba tanta testosterona. El referí pitó el final del encuentro. El equipo contrario quedó unos minutos en la cancha mirando a la pareja festejar el título. Sus propios compañeros, invictos todo el campeonato, aplaudieron lo que en chismes se comentaba, pero no se veía, la alegría del goleador. Se casaron seis meses después. Fueron a vivir a Francia, el goleador fue vendido para un equipo de la segunda división que está a unos puntos para ascender. Su compañero sigue jugando, pero en equipos pequeños de Francia y sus besos recorren el mundo, son perfumes, ropas y demás artículos para el hombre moderno. 



No hace mucho un idiota echó a una pareja de mujeres de un bar porque, según él dueño, se estaban besando mucho. 
Creo que necesitamos más besos y menos balas, 
porque los muertos no son agradables a la vista
 y si las parejas besándose. 

 Darío desde un beso en La Oscuridad a Diario

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