Monotonía de domingo
Salió solo a la calle. El viento, típico de invierno y la llovizna pasajera sobre el rostro febril y las nubes oscuras, de a pedazos, decían que la tarde era para estar tirados al fuego del abrazo y de los cuerpos. El invierno es eso, lo típico. Miró la calle recorrida, pensaba internamente sobre su vida, reflexionó en cada esquina, pues hay una encrucijada en todas ellas, murmuró entre el cuello de la polera. Llegó la espera entre el colectivo y su lugar en ese momento, su mundo al frío aire. Su hogar transitorio por minutos, todos los días, cada vez que sale al trabajo. Lunes de mañana, la noche quiere quedarse y la madrugada la despierta, le pide perdón y la manda a dormir. En la calle, en esa esquina, nada. Algunos perros dormidos. Las hojas que el otoño dejó colgando de su efímera vida se sueltan y arrastran su decadencia hacia la pudredumbre cotidiana. A esa hora parece no haber vida. Martes y demás días es lo mismo. Salvo el domingo. Autos y luces bordean la calma y pasan raudo...