Apoplejía funcional de la historia

No suena el aire. No hay
aroma de muerte sobre los tapiales marrones claro que descubre el
sol. Ni ruido alguno entre las calles encerradas de escombro y arena.
Donde antes había gritos de niños entre los tumultos de padres y
madres obligados a migrar por comida, hoy hay espera. Una que otra
puerta se cierra.

La foto atrás de una
pared aparece, raído del tiempo el hombre que quería varias cosas
de su pueblo, hoy raído como el poster, un Yasset sin el veneno que
lo mató. Sonriente, completamente con sus dientes blancos como el
sol de medio día sobre las cabezas negras que siguen, copiosamente,
llorando muertos. Se profana el aire y se sale al terror. Es apenas
un murmullo, el viento hace más ruido que el mismísimo aire de
guerra rasa. Hay agua en algún lugar del ghetto, recuerda un libro
antiguo, casi olvidado. Sale cubierto y con miedo, como solían salir
de las mansiones alemanas del siglo anterior. En las calles se
respiraba olor a mierda. Muchos cagaban en las veredas prósperas en
los años veinte de una Alemania fortalecida espiritualmente. Salió
y encontró un poco de agua en una canilla del corredor. Hay agua
para pocos y, a los costados, un francotirador desparramó sangre y
la pegajosa cavidad de tres personas, responsables de coordinar el
desalojo de las familias. Se toma el agua con sangre. Se come el pan
duro y los fideos con gorgojos. Hay porotos en una mano, es oro. Hay
viejos que piden pan o lo que sea. Están empobrecidos de humanidad
ya que el Reich encontró formas varias para eliminarlos
selectivamente. A los más pequeños se los usaban en las fábricas
de la maquinaria de guerra y en los
más viejos el poder calórico de sus huesos generaba el humo picante
de los bosques. A doña Dorita una cicatriz de matambre para
sacarle el veneno que nacía en su vientre. Estaba consciente cuando
vio que se movía y de un golpe en la cabeza lo mataron. Cerraron la
panza como si cerraran el acolchado. Ese día no murió ella, tuvo
suerte.
Se regresa corriendo con
el poco agua. Corriendo por la calle que huele, lentamente, a pólvora
y a muerto. Hubo un bombardeo impresionante que iluminó la noche.
Casi se puede decir, como una comparación, que dormir y morir es lo
mismo. Si se dormía una bomba te mataba. Si te mataba una bomba,
dormías eternamente.
Se financió la sucia
campaña de guerra hasta con los dientes de oro de cada extracción.
No se necesitan dientes de oro en los altos hornos de Auswitch, es
una lástima perder, entre las cenizas, tanto oro. El agua, en este
caso, es oro por Gaza. Las ruinas del bombardeo aliado deja
desesperación y muertos. No hay un día D. Ni en las playas de
Normandía se pueden ver tantas muertes. Fueron a jugar, los cuatros,
como siempre lo hacían, en las playas cercanas al hotel. La orden
fue que se ajusten las baterías, hay un blanco sobre la arena.
Primer disparo erró, lamentablemente por su costo, unos veinte
metros. La unión y mezcla de idiomas que salían del balcón del
hotel no ayudó a que los chicos corran rápidos como la bomba que
cayó, ajustada a la perfección milimétrica de las mejores armas
del mundo, y mató a los cuatro. Hay que reconocer que se aprendió
mucho sobre el arte de asesinar. La historia comprobó con la sangre
de Gaza que los maestros nazis enseñaron al mundo a gastar millones
asesinando niños, destruyendo hogares, vaciando vidas.
El comunicado decía que
se suspendieron las clases en la Franja de Gaza, ya no quedan niños
vivos. Algo así como los libros contables que decían cuántos
judíos murieron en el día de quema, en los ghettos y por
envenenamiento.
Terezín (1968) desde las vistas antagónicas del tiempo,
palabras inventadas,
historias de la poética de Silvio.
Un interpolador de tiempos con
la misma sangre.
Muchos muertos.
Un basta.
y los asesinos de niños de siempre.
"...En invierno y verano es igual:
tras alambres no hay estación.
Terezín de los niños jugar
con la muerte común,
mientras pintaban un cielo azul,
mientras soñaban con corretear,
mientras creían aún en el mar
y los llevaban a caminar
para no regresar..."
Desde La Oscuridad a Diario, Darío.
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