Les Ponts y tu imagen



Fue sólo para eso que me asomé al espejo aquella tarde. Quería verte reflejada como todas las veces que te vi en la cama, acostada, mirándome desde el espejo. Al mediodía, los encantos son espantosos, no hay romance cuando la calle corre al ritmo de vaya uno a saber. Pero no deja de tener algo especial. Solía encender un cigarrillo, aspirar el humo antes de caminar. Es toda una entrega, fumar esperando. Lentamente el humo caliente ingresa y se encuentra con  lugares comunes ya acostumbrados al transporte del aire con tabaco. No es el primer cigarrillo, no es el primer paso del humo por la traquea, no es una nueva agitación cardiotónica ni mucho menos esperar. En particular no es la primera vez que uno espera algo, pero cada espera es siempre diferente, ya sea que se espera lo mismo, cambia uno, cambia todo, hasta lo esperado.
Dejé de fumar. Si ahora tengo que esperar ya no fumo, no espero con bocanadas de humo algo que está al llegar. Espero mirando a la gente, si se puede o espero pensando absurdos inconcebibles. Suelo pensar mucho más que mirar, pero no puedo deja de mirar y pensar en una crítica. Soy quisquilloso al mirar y criticar. También, espero pensando en como será la espera o el encuentro. No suelo agrandar o mejorar lo que en la realidad se da, porque tengo un fetiche, una cábala, que la llevo desde pequeño y es no superar las expectativas a mi favor, al contrario, si pienso que todo puede salir mal -Hablo de que salga mal y reviso las posibilidades que pueden salir mal- para que luego salgan bien. Reconozco que si algo, según ley de Murphy, debe salir mal, saldrá definitivamente mal. Pero si tiene que salir bien no es justamente porque lo pensé, sino porque se actuó en consecuencia de que salga así.
De todas formas y en particular tu imagen recuerda de mí que espera por ti. Es, como decirlo, el cigarrillo encendido por la mitad, pasado por tu boca, humo al aire, desnuda y con olor al sexo entre las cejas. Porque no dejo de pensarte desnuda, verte desnuda y hablarte desnuda, sin fumar. Sólo mirarte para que me cuentes que el cielo gris de París y el mismo de la foto y Les Ponts son justamente lo que uno siempre pensó que eran, puentes. Puentes que justifican hasta el sacrificio de un paraguas y que pasan a ser parte de tus vidas no vividas, pero recordadas. Puentes para taparse de sueños o para escaparse y cruzarlos. Ahora, al asomarme al espejo te huelo nuevamente. Me contás de tus idas y tus cambios y no resigno a que me sigas diciendo que no necesitas electrónica alguna que enlace lo ideal a lo real. Escuchar el ritmo clásico del corazón que se apretuja en una escalera y recrea a los adolescentes de antaño. Tu Pont des Arts favorito te encontró, a mí me encontró el tiempo y tu reflejo que te avisó sin casualidad alguna.
Yo no creo verme diferente. Pero si lo soy y lo estoy, soy más que el mismo reflejo de aquel espejo y no, no estuve sobre ese puente, entre las callesitas. Quise y no me animé.
No suelo terminar de leer los libro, los pocos que llegaron a interesarme nunca los terminé de leer. Los que nunca más releí fueron los que cerré leyendo hasta la hoja de “impreso en...” Faltan hojas, el otoño es largo. Quiero releer esas hojas tantas veces como París y sus puentes nos permitan.





No queda lejos el espejo,
la luz y los puentes.
No queda lejos París, les Ponts Neuf et Des Arts.
¿Qué tan alto se puede subir en una montaña rusa y correr el riesgo?
Todo lo que se quiera y el riesgo que ofrezca.

Desde La Oscuridad a Diario, Darío.

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