Sin deudas


Apostó la vida. Pero perdió. Volvió a su casa pensando que una vida se perdona y que el alcohol en noches solitarias es la mejor amante. En el camino pensó en pagar al deuda, pero luego en risotadas dijo que no valía la pena, la soledad sabrá disculpar.

Anoche, cuando intentaba dormir a destajo de sueños y nervios alguien golpeo la puerta. Era raro que, avanzada la misma noche, alguien llamara en su casa que se encontraba a 35 kilómetros del pueblo, sobre una ladera de la sierra. Un valle enorme que comunicaba la ruta con el otro lado abierto de la pampa. No era de él este lugar, lo cuidaba con amor de generación en generación.

Se levantó y encendió la luz del patio. Los perros, que muestran amor a los suyos estaban durmiendo plácidos en el costado de la puerta. Creyó escuchar el golpe repetido y se asomó por la ventana del costado. Entre los perros, un hombre alto, con sombrero oscuro, estaba parado ante el pórtico de la casa.

_¿Quién es? - Intentó preguntar pero no le salió más que el mismo pensamiento en silencio. Estaba asustado. Nervioso.

Corrió sigiloso a su gaveta en dónde guardaba un arma cargada, un .38, regalo de su patrón, y se asomó nuevamente, pero esta vez desde la ventana que da al patio y a la puerta para poder verle la cara al extraño hombre que lo buscaba esa noche.

Temblaba. Ya sea por el esto o por el frío o por algo, pero tenía miedo sin dudas. Pensó miles de cosas. Una de las tantas era su deuda de juego en el pueblo, pero ese hombre no era el ganador, era otra persona.

Miró una vez más y el flamante extraño seguía esperando otra respuesta. La luz encendida fue una. Lo extraño era que los perros no se levantaron. Uno solo se acercó y olfateó los zapatos oscuros brillante del personaje y, moviendo la cola, lo despidió para acostarse nuevamente sobre su trapo.

Debe ser un conocido, se dijo. Fue hacia la puerta, sin encender la luz interna de la casa, que parecía más oscura que de costumbre, y al intentar al abrirla engancha el cinto de la cartuchera con tanta mala suerte que un disparo se aloja en pleno pecho. Cae contra la puerta y los perros se asustan y comienzan a ladrar hacia adentro. Se intenta levantar, pero la sangre es un manantial pegajoso, tórrido y mortal.

El extraño se asoma a la ventana, saca su sombrero de la cabeza, con la otra mano golpea la ventana con fuerza y los perros no se callan y el desgraciado sigue escuchando que golpean y el pecho arde a más no poder entre sangre y dolor grita un ayuda leve, silencioso y con muerte.

Mira por la ventana, ya como en nieblas, y ve que el extraño se persigna, lo saluda y le grita:

_Has pagado, duerme en paz esta noche.




Las penas son de nosotros, las vaquitas de Atahualpa.

Darío desde La Oscuridad a Diario

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