Hacedor de lluvias




Después de morir. Una, de miles de veces. Se cree que fueron mil doscientas quince veces las muertes no confirmadas del Marqués. Algo así como un múltiple gato negro de mala suerte con un don que la vida le regala, una herramienta, para sostenerse en su miseria. Pero el gato es gato y él, conscientemente no lo sabe. Su finalidad indudablemente trae muerte. Sus muertes son símbolos de todas las demás. Miserables mortales. Levantó su osamenta decorada como un festín de días de carnaval, ya que él mismo lo preparaba por si una vez más la muerte, burlona amiga, le jugaba una mala pasada inesperada. Con bordados que alertan que no está muerto. Que está prohibido quemar sus restos. Cuentan que en los años oscuros de la peste, cuando los cadáveres lucían sus perlas huesudas en los caminos reales. El condado entero era un país de los muertos. El Hades mismo fue quejoso de envidia. Las plagas de todas las religiones, paganas u oficiales, todas estaban realizando plegarias hacia todos los lugares sagrados. Eran tiempos hediondos. El Marqués era sólo un viajero. Un simple hombre rico y considerado, amante de las investigaciones en la Alquimia, las ciencias oscuras que alumbran las ideas. Filósofo y lector de grandes padres de la madre de la ciencias mecánicas del universo. Poseía la lengua privilegiada. Hablaba y vendía su luz para noches escabrosas. Una combinación de polvos y velas. Luces que coloreaban las diferentes puertas de la fantasía humana primitiva. Su vida se convirtió en una maldición necesaria. La muerte le silbó al oído y éste soltó su lazo y prefirió romper contrato. No quiso suicidarse y la parca enojada lo sentenció a una vida eterna, desafortunada y con una necesidad sólo vista en algunos animales y en Urano.
Su castigo mitológico fue su peste. Entre el cautiverio del año que pasó encerrado, lejos de toda urbanidad o sendero que muestre civilización, estuvo su fortuna.
Su mujer, su madre, amante y diosa, una ninfa preadolescente que murió cuando parió su bebé, aún sostiene su llanto entre sus ojos vacíos de tiempo.
En sus manos su sangre aún dejando gélidos pasos por la piel. Animales con entrañas podridas son el banquete de una noche de caza alejada de las realidades de los mundos.
Escapado, ya con sangre nueva. Quiere ver el mundo.
Afuera hay una suerte de guerra.
La naturaleza nos da muerte.
Yo lo vi vivir un par de niños.
Aún no ha muerto lo suficiente.
Aún hay ninfas y niños.





 

 
Palabras Sueltas.
Amontonadas.
Darío Martin desde La Oscuridad a Diario.

 
 

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