Besos de sopa
El primer
sorbo, el que siempre está caliente y quema la lengua o los
labios cooptó la atención de sus sentidos. Volvió a hundir la
cuchara en la espesura del líquido que se vaporiza y sube hacia su
nariz y entrega la cinética de Pavlov y el ladrido necesario para
entender cuan vivo estaba ese día. En lo profundo del buceo intenta
levantar los trazos rojos, verdes y el espejo oleoso que se dispara y
cambia de forma. Lentamente se suelta, por instinto, un vendaval de
aire que separa los labios y deja una boca entre abierta besando la
nada, el calor y un alma vaporosa. Se rescata nuevamente la postura
desafiante e ingresa al estallido de sentimientos. Tu padre, tu madre
y la abuela. Tu tía, tus días en el campo y los días en la ciudad.
Lejos de tu tierra y tierra adentro. Todos los colores mezclados en
forma de haz de luz y el calor de un cuerpo simple, en estado sólido,
que espera equis momento del día para entender lo gratificante de
los sentidos. Sale vacía a buscar la noria del aroma. Que nuevamente
está en calma irrisoria porque el vapor sorprende al frío aire del
día y transmite energía vigorizante. Se repite varias veces hasta
que el vapor desaparece y hay que inclinar la vida para conseguir lo
que antes era elixir y ahora es nada.
Se seca
la boca con la manga de su buzo con estampado de Brigada A y, para quedar mejor,
también se limpia los mocos que se aflojaron en el transcurso
acalorado del cuerpo. Pone entre sus manos el contenedor de felicidad
y, con esos dientes faltantes y una cara redonda curtida al viento,
pide más. Porque se superó la tortura del calor en los labios y se
requiere destreza para llevar a la boca temperaturas altas en épocas
invernales tantas veces como verduras haya en la juliana.
No es un gusto particular culinario, pero viste cuando lo sentís
y esa electricidad te corre por la piel.
Darío desde La Oscuridad a Diario
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