Complementos



Solía frecuentar tu boca con besos suaves, lentos y disfrutar la estadía cotidiana de la aventura por tu respiración pausada y tu suave aroma que se mezclaba con el aire de ciudad y las ganas de estar desnudos en una cama. Dar vueltas por tus comisuras y mezclar las lenguas mientras hablábamos con dedos y manos y cuerpos contorsionados en una mezcla de circo. Tener las ganas de verse a cualquier hora en cualquier condición atemporal y salir cuando todos los tiempos fracasaron para los demás. Ser generadores de electricidad de cada hormona que sucumbe el hambre y alimentarlas en el vaivén de los cuerpos posados y poseídos del sudor, que salía sin desmerecer el frío invierno, el húmedo otoño, la triste primavera y el verano incandescente que nos iluminaba los rostros desde esa ventana al vacío hastío del nunca jamás.
Jugar a niños malcriados. Esconderse. Buscar rincones de la casa y ensayar el amor. Sobre la alfombra de tu piso horrendo de materiales interminables y verte jadeando pelvis abajo durante un buen tiempo mientras ocupaba mi cuerpo a que intente la fusión del renacer en tu interior perfecto y tu exterior escuálido que se mojaba más y mejor cada momento. Sentarnos sobre las llamas de tu cocina inutilizada por tu culo que, cual luna redonda, salía a lucir su firmeza cuántica corriendo de lugar lo que se come y comernos en el desayuno sobre la pared. Sentarse en una silla ambos y pertenecer a una muestra de arte muerto barnizados con los pantalones a las rodillas y el vestido en tu cuello apretando forzadamente las pelvis hasta estallar y reír luego. Reír al salir. Reír cuando di la cara negando que vos y yo eramos uno, porque nadie vio que abajo de la mesa estabas formando parte de mí, por eso negábamos en conjunto y al unísono menguante de tus días de lunas.
Partir lejos porque de niños uno crece. Partir al medio las invitaciones y caer en una escalera sin sentidos. Otra vez, ya siendo uno, negarte. Reír porque era increíble la negación. Reír porque era una carcajada el rostro de payaso pintado en el rostro de payaso. Cuando al fin te fuiste, que todo lo anterior quedó como una historia descripta de la más esquizofrenia referencia de algo en alusión a lo que alguien pudo, sin tapujos, contarme aquella vez que, frente a frente, pudimos negar, deja la descubierto que fue sólo eso. El resto son sólo palabras.





Hay días que escribir es sentirse tanto o más que vivo,
pero hay otros en donde morir no es sólo de personajes.

Darío en La Oscuridad a Diario

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