Cumpleaños en la ausencia y de tí
Era
una fiesta de cumpleaños, no cualquiera, no justamente una fiesta
más de aquella en donde, con razón y a esa temprana edad, la vergüenza florecía por ser un niño que cambiaba lentamente de
piel a las puertas de la adolescencia con el pudor de padres, pudor
de roce con niñas, pudor del descubrir. Llegué, si no me equivoco,
sin regalo. Ya no recuerdo mucho si el regalo lo llevé, porque dice
mucho de mí y de mi madre que insistía en regalar prendas
interiores a los niños y niñas que cumplían años, siendo burla de
mis amigos y llanto ocultos míos. Más grande me renegué a los
cumpleaños y no me importaban mucho, menos que menos que un regalo
le diera valor al homenajeado. Hoy no agasajo con regalos y es muy
raro que me acuerde de cumpleaños de amigos, familiares y demás.
Pero
no quiero escribir de mis regalos en el cumpleaños, quiero si hablar
del recuerdo de un cumpleaños en particular. Una leve visión
borrosa de mi mente un día en particular. Quiero hablar de sus manos
pequeñas, de mi inocencia y su cara encantada. Creo no poder
borrarme más, luego de estar en el patio hablando, propiciar el beso
sutil a sus labios y, como imagen, estar hoy parado en la calle, de
grande, mirando la nada recordándola y asistir al evento de no verte
más en el tumulto de una calle. De su madre enojada, porque estaba
conmigo, porque yo era el que tomó la iniciativa o porque era
previsto que a esa edad los sueños son solamente eso. Porque lo
demás, el cumpleaños, los chicos, desaparecieron del universo, de
mi entorno.
Una
vez tuve un beso. Tuve el cumpleaños. Y cual máquina macabra del
tiempo me trajo al presente, al actual presente escrito y, como película vieja, es sólo un recuerdo. Porque lo es. De adolescente
insistí en su búsqueda, que por cierto no lo hice bien, ya que sus
días fueron, después de años, cercanos. Pisé sus huellas varias
veces minutos antes de sus marcas y, ciertamente, nunca las vi. Pero
si recuerdo ese cumpleaños en particular.
Creo
que fue le último, no fui a ningún cumpleaños más, porque no
quería seguir regalando ropa interior, me daba vergüenza. Porque
crecí y me ahogué en un mar de gente y, cuando tuve la oportunidad
de flotar, me ahogué en un vaso de agua.
Y
no quisiera un fracaso en el sabio delito que es recordar, ni en el
inevitable defecto que es la nostalgia de cosas pequeñas y tontas
como es en el tumulto pisarte los pies. Y reir y reir y reir.
Y seguro que otras tardes
entre piernas,
sábanas
y calor
recuerde como es
que unte mis labios en vos.
Es verdad, no suelo recordar los cumpleaños.
No suelo regalar nada en ellos.
A veces, cuando recuerdo algo, puede ser que lo escriba.
Darío desde La Oscuridad a Diario.
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