Un guión, dinero y un montón de extras para matar en una trillada escena de una película de terror conocida
A
veces se mueren al principio de la película. Muchas, las de terror,
principalmente, se mueren personas al comienzo, medio y final del
films. Se utilizan variadas formas de morir, algunas hasta superan la
realidad, cuya verdad y límites no tiene y ha demostrado superar a
la ficción en todo este tiempo. He visto morir desde electrocutados por tocar dos cablecitos o uno de alta tensión con miles de voltios
crispando el suelo con rayos destellantes sobre un asfalto siempre
mojado. Una víctima que se da cuenta tarde del despropósito
entuerto con la muerte y no hay tiempo para correr, el cable te sale
a cazar y zaz! Toda la tensión de un rayo sobre tu delgada tozudez corpórea de película.
Se
muere con ganas, en algunos casos. Otras, sólo por no tener ganas de
morir se muere igual. Conocí gente que ya estaba muerta en viva y lo
único que le faltaba era convencerse que tenían que morir para no
parecer, si no sólo ser. Hay casos literarios que ha chusmeado la
muerte entre las letras. Edgar Alan Poe era quisquilloso con la
muerte. Fobias, enfermedades y demás mitos se cuentan sobre sus
letras. La oscuridad final atrapaba al autor y, como para ayudar a
sus miedos, él muerto siempre era él. Su miedo a que lo entierren
vivo y, luego, despertar para morir, lo persiguió mucho tiempo. Pero
ayudó a crecer en sus historias y cuentos que relatan el horror del
encierro por la muerte misma.
Se
han relatados batallas, grandes crónicas si las hay de muertos y
muertes, todas juntas y entremezcladas como la misma realidad, el
mismo fin de una guerra, tener muertos por montones. Ver a través del
relato la mutilación, el mutilado, seguida del sufrimiento soportado por la misma muerte que llega para sólo dejar llantos y gritos
desgarradores. Cuadros desesperados de muertos en batallas y peleas
desde mitológicas hasta modernas, de estocadas finales. Fotografías
de chicos con la muerte a sus espaldas y fotógrafos buitres con
pulitzer en sus manos fotografiando el momento exacto del morir.
Cuando el cine surgió, cuando los hermanos Lumiére presentaron su
aparato mágico, que con fines científicos se convirtió en puro
entretenimiento y un gran negocio, demostró que una imagen vale más
que mil palabras. La obra filmada era un ferrocarril a vapor que se
acercaba al andén de una estación. Este sólo ejemplo de la
maravillosa linterna mágica demostró el potencial miedo a la muerte
de sus espectadores que saltaban y corrían sus cabeza por miedo a
que el tren los arrollara. Así pasó el cine en su inicio y hoy nos
muestra a la muerte como protagonista principal de su mágica
ilusión.
Pero,
un fin de año, un treinta de diciembre de dos mil cuatro, la música
me mostró que se puede morir de a montones y se prendió fuego República de Cromañón. Adentro, 198 chicos ardieron una noche
escuchando rock and roll y, sin querer, pasaron revista a la peor de
las historias jamás escrita y sus imágenes son más allá de las
inventivas ideas de cualquier cineasta. No se puede describir el como
murieron ni tampoco culpar a la música, si se puede decir que la
corrupción, la dejadez, la hipocresía, la ignorancia y la
negligencia fueron los personajes mejores pagos de esta hoguera
humana que asesinó a pibes una noche de verano. Una noche de verano
como cualquier cuento pudiese terminar, como cualquier película
pudieses comenzar.
No
era lo peor. El mismo guión fue usado en otra discoteca de la zona
norte de la provincia de Buenos Aires, casi diez años atrás, con
mejores resultados y todos absueltos porque la causa prescribió.
A
los chicos de Cromañón no los mató la bengala, los mató la
corrupción.
9
años de nada
Nos
faltan 200 chicos.
Darío
desde La Oscuridad a Diario
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