Cuestión de tormentos


Quemame las retinas con tus letras impresas en papel de arroz y, ante la horrorosa imagen de mi yo queriendo ver, sintiendo el dolor de no poder ver y, por sobre todo, el dolor que es sentir que las retinas se quemaron de golpe al ver tus palabras andantes golpéame el ego tan fuerte que se sienta el crujir de mis huesos en la espalda. Que las costillas lleguen profundas hasta el alma escondida en algún lugar del cuerpo y que la sangre de los pulmones ahoguen el tan buscado maltrato, perforándolos con la presión del quiebre al aplastar la indiferencia de tus manos que sostienen el hierro. Córtame las extremidades lentamente, como cuando escribo palabras sucias en hojas limpias, aplástalas primero lentamente con algo pesado como el mismísimo aire que respiramos juntos y, ante el ardor de explosiones de cada dedo, decime que amás mis lágrimas de cocodrilo. Abrí lentamente el paquete con sal en polvo que adornará mi piel pecaminosa. La misma que se secará, lentamente, pero recordará sus movimientos con estrías y arrugas saturadas de tu sal y mis lágrimas. Las tuyas sólo humectaron mi necedad.
Deséame más de una vez como me deseabas antes y que sea una muerte proyectada solamente para mi idiotez absurda. No digas que mi cabeza estalle, hazlo; perforando con balas que salen de tus labios e ingresan calientes girando a velocidades sónicas, comprimiendo el pensamiento que se acumula en al punta de tu lengua de plomo, junto con el aire que lleva la palabra y, cuando la comprensión es demasiada, sale por el otro lado explotando y volando la cabeza, como siempre lo hiciste en vida, mi vida. Arráncame el pene y los testículos, si antes no se cayeron con todo lo hecho. Si los testículos están es porque siempre estuvieron, si no los encontrás, es porque nunca fui una persona a la cual confiarle la vida entera y para toda la vida o hasta que mi muerte te libere. El pene cortalo de raíz y, simplemente, hace que no valga la pena. Sin sangre en las venas, que le devuelvan el color y el calor que solía tener en vida, tu vida, obvialo como él te obvio tantas veces.

El resto del cuerpo, ya muerto, que quede en compañía de los lobos y que ellos digan cuanto tardarán en devorar las mentiras y mis partes alejadas de ti.




A veces creo que soy omnipotente,
otras veces no.
Más siempre creí ser el único que se daba cuenta.

Darío desde La Oscuridad a Diario.

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