Pedido de locura
La
locura, como locura propia, como factor de choque ante la sociedad
establecida. Sociedades que no soportan los cambios bruscos y ponen a
la locura adentro de las enfermedades. Encerrando lo diferente, lo
anormal. No es casual que sea una enfermedad mental. Locos aquellos
que van en contramano en los caminos, como locos los que intentan
cambiar lo instituido Locos que sólo sirven para encerrar, curar,
calmar, medicar, electrocutar...
Allaname
tu camino así mi locura salta el tapial de tu piel y corroe tus
pupilas estrechas por el humo intenso de tu ardor interior.
Necesito
que leas de mi la piel escrita. Necesito saber de ti cuantas pieles
has leído desde que no escribí por ti ni para ti. Recuerdo cuando
moriste. No recuerdo cuando te perdí. Porque creo que nunca te solté la mano cuando danzábamos al fuego plácido de la penetración
corporal. Vos con tu voz y yo con mi sangre latente dentro de mí.
Necesito
calmar y clamar locura ante las mesas y sillas que recorren el
murmullo de los bares en plena tarde de sol. Antes, la locura se
calmaba con un cigarrillo y hoy, no fumo más y, peor aún, no te
dejan fumar, mientras el café besa los labios o el alcohol consume el espíritu desespero.
La
locura, como cierta, pide a gritos tu presencia.
Loca
suerte.
Loca
muerte.
Loca
amante de los días eternos encerrados en cuartos pequeños de
Palermo.
Pedime
locuras.
Una vez, lejos en el tiempo, perdí un pequeño soldado de plástico. El capitán se llamaba. No lo encontré más. Busqué de día y de noche en la tierra, dónde solía jugar, en el fondo de casa. El Capitán fue reemplazado por su línea de mando. Nunca apareció. Hoy recuerdo eso y anoto su trayectoria bélica para rendir tributo, sobreviviente y no tanto, ya que en plena batalla de fue. Pudo huir, suerte para el soldado que huye. Lo mataron, una salida honrosa de los héroes y será velado en cajón vacío y cerrado al ruido de balas de salvas que tronarán el aire frío del cielo, medallas al ausente y escuelas con su nombre de batalla. Simplemente se perdió, una herida en los que aún lo buscan y piden que regrese para poner fin al sufrimiento de no saber nada, absolutamente nada, de él. Un ejemplo que como perdemos cosas, las encontramos y, sin querer, las volvemos a perder para siempre en esta guerra miserable del nunca más.
Darío.
Arriba Vincent Van Gogh en su Le Café de nuit y su locura.
Un mar de gente, abajo, esperando encontrar.
Comentarios