El Imaginador de colores


Me costó recordar el color rojo. Lo tenía en la cabeza, pensando qué era rojo y cómo era, sabiendo lo difícil que es sacar de ella una idea sobre algo que pasó hace mucho tiempo. Casi lejano y, sin quererlo, cercano. Rojo, recuerdo de sangre. Si, esa sangre nueva que brotaba sobre su cabeza era roja, así recordé también el verde, un matiz extraño y recuerdo que cubría la mayoría de la imagen.
Del verde al celeste, casi azul, y una mezcla en el medio y el mar de fondo. Me senté sobre la piedra y lloré. Recordé el último día de mis colores. Recuerdos tristes y alegres. Mi madre muerta, el cielo azul y el mar de fondo bramando hacia el verde de los cerros. Ahora que lo revivo recuerdo el estandarte amarillo, un color oscuro, noche, sobre su capa y la vestimenta con adornos.
Mucho dolor al no entender el porqué de tanto tiempo, sobre todo si esto es un castigo o una bendición, ya que no morir puede serlo y morir, también. De golpe la oscuridad y pretender esquivar piedras, algo de luz por arriba en algunos momentos cortos. Cerrar los ojos y no ver más nada, al tanteo comer y competir con algunos animales por la comida. El olor que ahora es penetrante y, según me dijeron, porque morimos de a poco, de cada uno de los que estamos encerrados. Pocas veces hablamos. Pocas veces nos quejamos y otras tantas somos invisibles a los demás sentidos. Esta oscuridad que mata a los moribundos y, lo hediondo, que sería la luz sobre sus cuerpos, que los desvela ante un público cautivo. Aprendí algo de los primeros días. Hablé con gente importante y otras no tanto, que al no tener importancia moría inmediatamente, se las llevaban a los fosos y, allí, el agua y la tortura los mataba. A mi me llevaron dos veces y me encerraron. Hay días enteros que no recuerdo y otros son como años que ya ni sé si pasó realmente o si lo inventé o si, simplemente, en el desmayo del hambre, de la sed y de los golpes es verdad que estoy vivo.
Me trajeron porque mi madre era bruja, mi padre un asesino y, a mis 5 años, yo soy cómplice de una familia maldita. Ahora, en las mazmorras estoy olvidado. Hablo más con los sentidos y conmigo mismo que con los demás condenados. Me alimentan una vez por día, según algunos días y, si atrapo en la oscuridad una rata, suelo comerla. Ya no distingo si es un animal peludo mal oliente o si es un brazo de alguno que ya no vive, pero me alimento y peleo para hacerlo. Son mis enemigos y mis temores.
Azul, es lindo el azul.
Pero el verde llama la atención y cuando digo verde y lo imagino y la habitación y mis ojos parecen captar un halo de luz, una luminiscencia minúscula. Que hermosa locura. Un soldado me leía, hace mucho, sobre lugares increíbles. Yo lo escuchaba atento desde el pozo. Me logré imaginar un barco, el capitán, los bucaneros, el mar turquesa, las velas al viento. Cuando él me preguntaba si podía describir el barco, yo decía que era como una piedra gris, con algo de musgos y plantas, mucha madera para flotar, tierra para caminar y redondo, rodeado por una cerca para evitar que trepen los enemigos. Las velas eran lanzas al cielo de llamas, así eran las de casa, cuando las encendíamos de noche. Pero, con la diferencia de ser grandes velas que superaban ampliamente a un hombre. El capitán, que se paraba en cubierta, sobre la roca y casi a la altura de la primera vela podía visualizar al contrincante, a los demás barcos. Eso, en mi cabeza era la libertad, la luz y el sol de día sobre mi rostro. Vivir años en oscuridad, aislado, y de pequeño, uno no hace más que imaginar todo lo que nos cuentan según nuestras miserias. No sé como será un barco, no sé si sabré alguna vez. Un ladrón me dijo que eran de madera, grandes, en dónde entra cientos de personas y tiene puertas, ventanas, como si fuesen unas casas flotando. Lo mío no era tan así, pero si que un barco puede tener diferentes formar, yo haría a mi barco como lo imaginé, como esta locura de encierro y oscuridad me lo permite.
Hace unos días, según los gritos de una voz que provenía de afuera, algo pasa. La cárcel, mi encierro no es el mismo y no vinieron ni los he escuchado traer la comida. Intenté buscar en la habitación a alguien vivo, pero ya no había nada ni nadie. Solo quedé, como los últimos años.
Un voz, una queja, un ruido a metal que se golpea. Vienen, pero la luz no aparece y, con miedo a que sea más tortura sobre la que ya padezco hace que mi miedo se active y, sobre un rincón, me tiro al suelo, abrazo mis piernas y espero, simplemente espero.

Estuve preso 34 años, sin saber porqué. Hoy, luego de la revolución que mató y quemó a mis carceleros estoy libre. Se sabía hace tiempo de la crueldad que sufríamos adentro del infierno y, según me contaron, era el único que quedaba. Cuando me preguntaron no sabía que decir ni que hacer después, ya que siempre pensé que la maldita oscuridad, la que me quitó los colores, era por el encierro tan profundo de las catacumbas y no porque en plena tortura me quemaron mis ojos. Ahora deambulo en la oscuridad y levemente veo algunos rayos de tenue luz cruzar, pero soy libre. Estoy muriendo en una calle que da a un muelle de la ciudad de Istambul, peleo con los perros y las ratas por pescado, ya no como pan podrido ni carne humana ni ratas. Ya no, me liberaron.

Anoche, mientras recordaba el cielo azul y el verde de las colinas lloré porque quería que sea de noche, oscuro, en mi pozo, lejos de la cruel realidad.



Estambul, Turquía, es una ciudad de colores maravillosos.
Sus cárceles no son tan diferentes a las de América del sur ni tan antiguas ni tan modernas.
Los colores son un efecto óptico y cerebral, el que nunca vio un color lo puede inventar en su cabeza y será ese el color que diga, contradiciendo a los demás, a la vida misma y a la luz blanca que pasa sobre un prisma.
El mar es turquesa y el cielo es azul porque unos se reflejan con los otros, el cielo es azul-celeste por ser reflejo del océano y el otro es azul-turquesa porque el cielo refleja parte del verde de la tierra y la temperatura y las plantas del mar ayudan a modificar su color.

Yo veo en colores mi vida.
El gris es un color con variadas tonalidades y mezclas de colores.

Desde La Oscuridad a Diario, Darío.

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