Marea



Pleamar

Me desperté sin razón alguna. Salté, diría, de mí más que sentir el peso de la noche. Húmeda y pesada, calor y resaca. Doblemente encerrado, cansado y sin perspectiva alguna para entender en dónde estaba. Cómo había llegado a este lugar, de paredes sucias y verdes en moho, algunas plantas trepadoras, raíces que salían del suelo de piedra y se colgaban intentando atravesar las paredes, muriendo en algunos casos, sobre el suelo. Hojas otoñales en pleno verano. Despavoridas, muertas por el calor, hediondas por la humedad, tierra serán en breve.

Estoa de marea

Me levanté como pude. Me levanté con las manos sucias. Con barro, con hojas, con agua. La ropa igual, tendida en el piso, harapos ahora, y descalzo, con la misma suciedad. Me levanté así como estaba sin entender nada y caminé. Callado, pensando, buscando si realmente estaba entre esas paredes. Pasillos por mi frente, pasillos a los costados que se abrían en más pasillos. Durante unos minutos el corredor eran pasillos abiertos similares todos en su contenido, igualmente mantenidos. Fue cuando me sentí impotente, sin fuerzas y con ganas de llorar. No suelo hacerlo, no me gusta llorar porque entiendo que las cosas se entienden o se encuentran explicaciones cuando uno ve, analiza y logra llegar a un punto, muerto o abierto, pero punto al fin, del entendimiento. No, no era ese momento, no en ese lugar de pasillos húmedos.

Sicigia

Caminé sin sentido durante varias horas, horas que pasaban sin ninguna medición ni realidad, la oscuridad era rara, pero no decrecía, puede ser que por momentos se colocaba un manto más negro sobre el negro resplandor de una luna oculta, sucia al igual, inerte y el calor que jodía más que los intrincados recovecos de los pasillos que no llevaban a ningún lado, aparente y posible. Oriné al costado, me di cuenta que en realidad estaba caminando, sintiendo el sudor frío y caliente del aire. Me di cuenta que no era un sueño, que la realidad estaba forjada por esas paredes de ladrillos calzados con una mezcla rara de tierras y que el piso eran adoquines de gran tamaño y que en plena oscuridad había una tenue luz, brillante por momentos que reflejaba el agua del piso en lugares largos de los pasillos que chocaban en forma cerrada hacia la nada. No es de noche, no es de día, no hay luz ni nada, pero el resplandor era inquietante. Decidí volver a dónde caí. Nuevamente, me perdí, ya no sabía si era a la izquierda del pasillo derecho, sobre el más largo y cruzando nuevamente hacia la derecha. No sé dónde está el lugar con la raíz que nacía del suelo e intentaba cruzar un muro.

Novilunio

Es un laberinto, me dije. Sonreí. No porque me gusten los laberintos ni porque entienda su proceso, es porque algo claro quedaba de toda esta confusión. Estaba seguro que era algo. Estaba en lo cierto. No tengo acompañamiento alguno. El cielo oscuro, nublado, salvando distancias que algunas pequeñas estrellas se asomaban en momentos vagos. Las nubes pesadas, densas de vapor y lluvia que no caía, que no entregaba y de a ratos el flash de un rayo cruzando en el interior, hacia arriba y sin ruido. Guiarme por algo, por un punto. Nada. Sólo lo mismo una y otra vez en cada vuelta, ya sea de izquierda o de derecha. Ya sea corriendo o caminando buscando el punto, la marca, algo.

Flujo

Me encontré circulando en cuadrados distantes, siguiendo un patrón. Siempre que se pueda, en lo posible, izquierda, izquierda, derecha y nuevamente repetir el patrón. Dos veces tuve que volver y repetir el mismo patrón para no perderme. Para tener una pista. Izquierda, izquierda, derecha y un pasillo largo, más largo que los demás. En el fondo nada. No hay luz ni reflejo. Esperé una ayuda de las nubes, un rayo, una luz pequeña que se filtre, pero la espera fue peor que el pasillo y caminé lento, tocando el musgo naciente del muro.

Reflujo

El final, creo, me dije y llegue cansado de caminar pensando y esperando algo. Una pared más. Derecha, izquierda, izquierda, derecha. Ya no estaba dónde había comenzado. No, eran pasillos más largos, menos sucios, menos húmedos.

Estoa de corriente

Me cansé. Creo que pasaron horas esperando siempre que algo cambie. Nada. Caminé por horas ni la oscuridad se desvanecía ni el laberinto tenía un fin. Las nubes seguían expectantes y yo seguía sin entender, más que lo mismo del principio, cuál era la razón de estar en ese lugar. Cómo llegué a un laberinto. Quién me puso en él. Cuál es el propósito. Cuanta mierda debo comerme para soportar esta histérica pasión por lo que estoy pasando y sufriendo viéndome sucio, con calor, sudando sin razón y en harapos. Me senté nuevamente y lloré, lloré más fuerte que al principio, intenté saltar una pared, no hay forma de agarrarse de nada. Me lastimé los dedos de intentar meterlos entre las pequeñas grietas de las paredes y resbalar en cada acto desesperado.

Bajamar

Me quedé sentado el tiempo necesario. Me calmé como para poder seguir y pensar. Me acosté pegado al piso, como cuando me levanté. Estaba aún en el mismo puto y sucio lugar, mirando los mismos muros y viendo pasar las nubes, las mismas nubes. Ninguna estrella, ni claro de sol, ni ruido. La humedad brotaba desde todos los lugares. Me dormí, quise desearme suerte, me dormí.

Desperté con dolor fuerte en la cabeza. Desperté y caminé. Las hojas otoñales muertas humeaban el olor de su tiempo y la raíz intentó cruzar un muro de ladrillos apilados, naciendo del suelo, adoquines enormes, fríos, sucios.



Darío, desde El Laberinto en La Oscuridad a Diario

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