Regresión

Como en oscuridad, cobijados por un manto de tierra neutral, de incógnito sobre un costado de la ciudad y a la espera de uno por el otro y viceversa. Ambos se encuentran en una calle que de por sí nadie circula a cierta hora de la noche e intentan cerrar en ellos, entre ellos, sobre ellos y delante de ellos, una distancia.
Pasajes sin retornos, ellos se buscan. Ella sale en su búsqueda, él la encuentra en su afán de ser cazado.
A cierta hora, los papeles vuelan con el viento. Pasa un auto, se detiene. El tiempo recorre lento, suave y con aromas. La gente baja desconfiada de sus casas y ven que dos son uno y uno de dos y no entiende, ya que a cierta hora no hay nadie, menos dos en uno. Y que el tiempo retrocede en esos momentos y que uno vuelve a sus edades de corazón y que ya nada importa. El ruido de las diferentes casas se acoplan, ya sólo se escucha el silencio del gemido. También en la penumbra hay vida. Una mano, un corazón latiendo, los dedos, los labios, el cuello. Todo, en definitiva, tiene penumbra y vida.
Pasa uno en bicicleta. Se siente a lo lejos que un vecino habla, tiene mucho por decir, y el de la bicicleta llegó a su casa, la ata y el candado retumba en el vacío del parque cuando golpea algo metálico. Dos puertas se cierran en contrapunto y de a poco la gente se desvanece.
El niño está metido en los pechos suaves. La niña en su cabeza y le pide que bese su interior con fuerza, con la experiencia de sus años, sin el apuro de su tiempo y la paciencia de su larga vida.
Pidió volver. Pidió su mano. Pidió silencio.
De un beso, de la mano, se despide hacia una oscuridad que lo absorbe, a ella también. Camina por el tiempo y vuelve a su actual estado. Mientras ella sube tocándose la boca, riendo, cada escalón es un años más y entra seria, como si en esa habitación los normal es viajar por los años.



Se suele viajar y, un aroma, una imagen o algo, nos ayuda a trae el recuerdo. 
Algo nos lleva a ese lugar.
Algo nos devuelve.

Desde  La Oscuridad a Diario, Darío.

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