Sueño


¡Basta!
Declaremos que somos tan incompetentes como nos compete el tiempo que llevamos mirando los sueños internos pasados y, con sólo eso, pensar en la realidad andante, sonante e inquieta de nuestras sábanas.
Y dije basta porque uno no puede vivir con los párpados pegados a las manos y, entre los dedos, ver tu cara sonriendo en cualquier afiche, de cualquier calle, de cualquier lugar.
El insomnio mata a los devoradores noctámbulos.
Los destroza.
Les quema las cabezas.
Arden en llamas.
Se tocan con tu nombre. Lo recuerdan. Se marchitan en el tiempo y vuelven a florecer cuando, al pasar los años, se encuentran radiantes y sudorosos entre las almohadas tumbadas, desnudas y la oscuridad de ese preciso mediodía de invierno en el mar de los mares.
Sí, basta.
Porque los ojos saltan de sus órbitas al verte, flequillo abajo, los tuyos devorando.
Sí, basta.
Diría en un sueño despierto.
Pero no es más que un sueño y desperté preguntando si lo dije en voz alta o en silencio.
Encantadora mañana, aquella, que al darte vuelta sonreías de mis sueños, en el mismo momento que la locura tocaba la puerta para burlarse de mí tantas veces, que ya no recuerdo.
No tiene cura, un basta no sirve.
No, un basta sería tener que caminar con los ojos en mis manos y con un par de huecos sangrando en mi rostro.




Qué así sea, nunca lo diría.



Desde La Oscuridad a Diario, Darío.

Qué pedazo de foto, aquella tarde.

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