Cartas que nunca se leerán


Nunca llegó el cartero. Esperé sentado en la vereda, sobre el cordón, para aventajar al hombre que siempre trae señales del mundo exterior. Esa mañana, mientras esperaba, pensaba en voz baja. Miraba a la vecina que salió tres veces, de las cuales dos me miró como sorprendida, una saludó, la del final, la que me pudo reconocer que era yo el que estaba esperando algo, fumando.

El perro de Don Pascual es insoportable. Ya sea de noche o de día, es insoportable como el mismo dueño, un ex ferrocarrilero que no hace otra cosa que quejarse de la jubilación, del partido, del tiempo, del gobierno y de sus días. Me di cuenta que se ladra de la misma manera cuando se comparten cosas, como la vida.

Tenía esperanza que la carta enviada tenga repuestas. Si, las tenían las otras dos enviadas, devueltas, y nuevamente enviada a vos. No las podía dejar así, solas, esperando una aclaración que el tiempo mismo no las daba. Porque si algo es tirano es el tiempo. El cazador de hombres, el devorador de sueños.

El cartero no aparece. Son las diez menos cuarto. No veo la bicicleta en la esquina, el campo se ve llano. La senda, que cruza la mitad en diagonal, zigzaguea los pastos cortos y atraviesa la cancha improvisada, pelada al medio, con pastos altos en los bordes y los arcos de palo solo son fantasmas. Nadie en el fondo del laberinto curvilíneo.

Creo que el mundo solo empieza allá, en el fondo. Lejos del campo. Entre la casa de Alberto, el lechero, y Beba, la mujer de Don Ignacio, el que hace los mandados a la municipalidad. Ese es mi mundo en este momento.

Prendí un cigarrillo más. Ya pasó el panadero, el que aceita las varillas del ferrocarril. Don Pascual ladrando con su perro. La vecina se fue a la verdulería y volvió, me saludó de nuevo. Yo espero al cartero.

Al medio día entro a la casa. Desde la ventana tengo la posición de batalla, entre la cortina y el limonero se ve la puerta de alambre, el cartero no llega, yo tomo mate. Ya fue su recorrido, no vi señales de su andar. No viene tan tarde. No vendrá hoy.

Las últimas cartas que enviaste las quemé. Me gustaron mucho. Pero, al igual que vos, imagino, las quemé para que nadie las vea, las lea, se entere.

Seguramente, mi última carta debe estar ardiendo. Seguramente, el ruido debe ser el crujir de la puerta que no abrió el cartero hoy a la mañana.


PD: Te extraño. Te cuento esto para que sepas que no sé qué más hacer con cartas que jamás alguien leerá y que nunca nadie sabrá porque las quemamos.



A veces uno se pregunta si el mundo es plano aún.

Otras veces tiene un Ptolomeo cerca que se lo aclara.



En mi mundo La Oscuridad a Diario.

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