De volver la poesía


Devolver las poesías,
perdidas o robadas.
Atenerse a los lamentos, los lamidos, los gemidos, los infortunios y los desmembramientos entre cuerpos pegados.
Devolver las poesías.
Ya sean perdidas, en cuentos, o robadas, en fotos o tomadas en vino, cervezas o mezclas.
No porque me importen tanto o más de aquellas tardes noches templadas al calor de las brazas o brazos oscuros de música.
Solo porque la poesía es para reclamar.
Devolverla a piedrazos. Devolverla porque te vas. Devolverla porque la quiero, devolverla con un adiós.
Devolverla porque volvés. Devolverla porque querés. Devolverla para solamente decir que es mía y que da gusto verla de nuevo lamentarse de tal o cual momento o no, para congraciarse de este u otro menester.
Devolverla para escribir que se extrañan las voces de fondo, al fondo, con fondo mientras del otro lado uno no escucha más que el gemir de los agudos y de los graves momentos.
Devolverla para sentir nuevamente que uno sufre porque vive y muere, más que vive y suele pedir un momento de paz.
Devolverla a chorros de sangre, punzadas de dolor intensos. Vómitos de cuajo desparramados en cada palabra. Devolverla con odio, con rencor por ser un idiota más del montón o sólo eso, devolverla al poeta.

Y, seguramente, de volver la poesía escribiría mucho más que hoy.
Pero la paz del adiós duele tanto, tanto, tanto... como un chau a secas, bien explicado.





Lo malo que es sólo eso, volver a la poesía.
Desde acá, La Oscuridad a Diario.

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