Valores intactos


Esa noche se reunían en el barrio. Meticulosos todos los compañeros, salieron cada uno por su cuenta. Mirta y su marido salieron con el pequeño a cuesta. Los otros se quedaban en casa al cuidado de los abuelos. Ninguno, de los vecinos, sabía el destino cierto de todos y cada uno que de tarde noche escapaban de sus hogares como si nada.

No faltaron las risas, frescas, de los jóvenes que se encontraron vagando hasta la hora en cuestión. El negro había entrado primero a la casa. Luego Mirta con la familia. De a poco cayó Beto, su compañera y así todos los que tenían que estar en el momento dado, en el horario fijado. La reunión implicaba hablar de todo, más que nada de lo jodido que era últimamente hablar de todo y reunirse para hacerlo.

El negro miraba la ventana y a los vecinos que comenzaban a cerrar sus puertas, tras el anuncio de la noche. Lentamente el barrio se escondía bajo las luces de las esquinas. Ellos seguían en voz baja preguntando quién más cayó, a quién habían llevado en la semana. Los afiches del partido, quien los tenía. El coordinar para hablar con fulano o mengano. Mate en mano, Martín que iba y venía de brazos en brazos y Beto que lo abrazaba tosco, pero con cariño.

Casi al finalizar, ya que a partir de cierta hora el toque de queda se hace efectivo y se detiene a los que caminan sin sentido por las calles, el Negro ve movimiento. Primero pasa un auto, lentamente, casi espiando la casa. Luego dos coches se detienen en la esquina. Fue la señal que algo malo pasaba y no era bueno estar todos juntos reunidos.

Los compañeros alcanzan un ánimo de lucha y corren para salir por el patio trasero. Mirta y su marido saltan el tapial, le piden a Beto que tenga a Martín. Beto corre por el techo de la vecina y se esconde viendo que Mirta y su pareja están a salvo, casi por salir al otro lado de la manzana. Beto, joven de unos veinti tantos años, comienza un raid persecutorio para llegar con Martín sano y salvo a los brazos de su madre. Lo increíble, del barrio, es que los perros intuyeron que las vidas de todos estaban en juego y en peligro, nadie, ninguno, asomó el hocico y delató a los desconocidos conocidos por los tapiales vecinos.

Tal cual, ambos autos se detuvieron en la casa del negro. Golpearon al grito de Policía. Una, dos y hasta tres veces. Un vecino sale, mirando de costado y el oficial lo encara. Pregunta si hay gente adentro y el vecino dice que no, que salió temprano y seguramente está trabajando en la fábrica. El oficial no descarta la hipótesis del vecino, pero no cree que sea tal como la contó. Pide que den vueltas a la cuadra. Los vehículos salen raudos y nada. Vuelven y dan el parte. El oficial se vuelve a comunicar con el vecino, que rascándose la barba y tomando mate aparece en camiseta, short y pantuflas ante le oficial. Este le pide información sobre los habitantes de la casa y el vecino solo balbucea frases incompletas y, entre tantas, datos vagos distantes, pues decía que era mal vecino y se llevaba mal. El oficial lo saluda y sube al falcon verde y se va. El vecino entra, le da el mate al Negro y se sienta como cansado.

Mirta camina con Martín en brazos. Su marido lleva el bolso del trabajo. Beto salió y se encontró con su compañera en una esquina cualquiera y ambos caminaron hacia su casa.

En el tiempo por venir, dos de los compañeros desaparecieron y hasta ahora no se sabe nada de ellos. Mirta sigue con su compañero. Beto está vivo, luego de ser chupado en un operativo, torturado hasta el punto en dónde la vida ya no importa, preso legal y liberado cuando se terminó la miserable y nefasta dictadura.

Martín, hoy un hombre adulto, militante, se encontró con Beto. Beto lo intentó saludar y Martín no le correspondió. Beto lo miró y le preguntó que le pasaba. Martín le reclamó que por su culpa la revolución la tienen que hacer ellos, ya que las cagadas que se mandaron retrasaron años la lucha y casi destruyen al partido. Beto lo miró, sonrió con una mezcla de furia y ternura y le dijo: “He corrido por los techos con vos en los brazos, no sé si la revolución valía tanto más que tus manitos, tus piernitas o tu futuro, espero que hoy no tengas que correr con nadie ni por nadie y no tengas que sufrir lo que se sufrió para que vos puedas hoy criticarme.”



A los caídos. A los mutilados sociales. A los pobres condenados.

A todos los que escaparon y a los que no.

Hoy no se tiene el partido, porque se perdió debajo de sus propias mierdas, pero tenemos las ganas.

Siempre presentes, todos los recuerdos a esos luchadores que hoy extrañamos y necesitamos.


24 de marzo de 1976 – 24 de marzo de 2011

35 años de aquel golpe de Estado que mató a nuestro país y que hoy intenta renacer.



Darío en La Oscuridad a Diario.

Comentarios

Dianita dijo…
Muy emotivo y fuerte... un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas...

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