Te extraño


Solía tirarse sobre el pasto verde, devenido en alfombra, con trazos suaves de violetas y alguna que otras flores de colores intensos, como las de los veranos calurosos y húmedos.

Compraba risas a los que pasaban lentamente disfrutando el día. Conocía a los nadies del lugar. Los nadies no lo conocían, si bien sabían que siempre el pasto fresco era su hogar en el mundo, pero nunca supieron de su nombre, sus mañas, sus días todos.

Esa tarde bajó rápido porque el mundo le pidió que baje a las corridas sobre el costado húmedo que el verano mismo presentó y se tire en zambullida al pasto fresco. Sin molestar a nadie, quedó mirando el cielo.

El cielo es de todos, dijo una señora que lo vio allí echado a la nada, sobre un montón de nada verde, corta, fresca, húmeda y brillante gramilla. Contó nubes con su lengua. Esperó que cada nube desaparezca y un vacío oscuro se iluminara con pequeñas manchas blancas brillantes. Un cielo naranja se escondía con el sol. Un manto nauseabundo de noche pisaba su felicidad, estrellando el borde de una bóveda liza, sin forma, de cielo.

A pocas cuadras de su lugar nuevo, casi con la noche a cuesta, un pequeño papel pegado con una foto se tambalea por el cambio de calor por oscuridad y una brisa jocosa se despliega llevando el aliviado fresco al fuerte asfalto agotador. Ya no queda pegamento para sostenerlo. La última lluvia lo lavó y lamió con su lengua áspera el poste. Ningún papel, reseco, casi pegado, ponía en dudas su lujuriosa noche de estrella, llamando al grito sordo “Boby te extraño” y su foto feliz, cruel, con una niña sobre su cuello.

Boby no sabe leer, no sabe de carteles, pero sí de estrellas. Entiende del suave pasto. También entiende que la pequeña niña se fue más lejos que él. No le debe nada a nadie ni nadie le debe nada a él.






...Se sabrá tanto de las estrellas, como de cicatrices...”

Darío en La Oscuridad a Diario.

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