El adiós


Esa mañana se vistieron de ropas nuevas. Salieron por el costado del taller y, callados en herméticas consultas internas, caminan como personas invisibles.
Aún se siente la opresión en el aire. Miran a los costados en cada esquina y parece que aún hay humo y palos y gente. Se cree que aún de noche se siente el ruido de los carros y de las personas que corrían y huían de la policía y el Ejército.
Matute para y enciende un cigarrillo. Juan lo espera con las manos en los bolsillos del pantalón, mientras mira hacia los costados. Muy nervioso. Con miedo. Lleva en su brazo un envoltorio de papel madera, muy raído, algo extraño.
Hacía días que el cementerio había estado vallado por la policía. Ese día se abría nuevamente al público. Matute camina rápido, pero buscando el paso justo que no denote que algo tiene en su cabeza, porque no hay nada más peligroso que llevar algo debajo del pelo, la barba y del bigote oscuro. Ni hablar si tus manos aún tienen restos de grasa o signos de trabajo, eso era pecado.
Ambos entraron al cementerio. Se ubicaron en la puerta y, como el viejo Tallón les dijo, caminaron en búsqueda del tesoro por más de 15 minutos. Buscaron la tumba sin nombre. No sólo el nombre, sino señal de un entierro cercano. Juan, recordando de memoria aquella jornada de lluvia gris en primavera, le toca el hombro a Matute.
-Aquí- Dice Juan. Lo mira a los ojos a su compañero que logra ver el mismo hinchazón rojizo sobre los lagrimales.
Saca un sobre y lo coloca detrás del montículo de tierra fresca y flores dispersas. Matute coloca el papel marrón en dónde se notan las flores rojas. Ambos claman un adiós.
Ambos salen hacia el sentido contrario de cómo llegaron. Mirando hacia los costados y detrás.
Varios días antes, esa misma tarde de lluvia, enterraron al Gringo Tosco bajo el acoso represivo de la Policía y el Ejército que apaleó a miles de trabajadores que despedían al líder revolucionario y sindical. Todos aún sentían el escozor en sus gargantas cuando, puño el alto, gritaron sin miedo “Todos somos Tosco” “El Gringo Vive”.
Meses antes una encefalitis lo interna en la clandestinidad, lo quieren matar, lo ponen preso, lo persiguen, lo reprimen y años atrás levantó un pueblo entero en contra de una dictadura que mató trabajadores a gusto.
El gusto de morir en manos de los asesinos de siempre, de hoy, no lo detuvieron. Él murió como pensaba y, por suerte, aún vive en el recuerdo. Algo que nunca pudieron matar y desterrar de la clandestinidad.




Agustín Tosco muere un 4 de noviembre de 1975.
Fue llevado de Bs. As. a Córdoba Capital de incógnito, simulando que estaba dormido en una ambulancia. Se veló oculto hasta que hordas de trabajadores se acercaron al entierro.
Se calcula más de 30 mil compañeros lo despidieron.
La policía no le quedó otra cosa más que hacer lo que siempre hicieron, reprimir el sentimiento de la clase trabajadora.
Agustín Tosco aún vive.
Nunca morirá el ejemplo de dignidad, fraternidad, humildad, ética y pasión que se resume en tres palabras:
El Gringo Tosco.



Darío desde la Oscuridad a Diario.

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