Fuegos


Te prohibes prohibir
y se proscribe escribir.
Anulados ambos
ya no son secretos ni decretos.
Ambos ya no están
ya no joden a los demás.


Encendió el cigarrillo y con él su pelo.
Corrió el atado de puchos, lo miró seriamente y el fuego de su cigarrillo consumía el tabaco.
El fuego de su pelo le quemaba la cabeza, no dolía como otras veces, al contrario, sentía la sensación de estar calentando las ideas para decir algo a los gritos.
El fuego del alma se unió al de arriba, la miró desnuda en su cama y atinó a pasarle el dedo húmedo por su saliva por entre las piernas.
Ella despertó de su letargo y lo miró con un ojo entre los pelos cruzados de Este a Oeste y algunos al Sur.
_ ¿Qué haces boludo? Tenes humo en la cabeza.

Él sacó su dedo inquisidor y lo volvió a mezclar entre humos de tabaco y saliva y retornó a su pelvis, rodeándola de círculos metafísicos.
_ Nada, no hago nada.

Miró la ventana, tiró el humo al viento de la ciudad apagada y vuelve a ella, que desmayada contestaba la nada del mundo, y la invita a fumar.
No se fuma.
Está prohibido fumar y escupir en este bondi. Los asientos delanteros son para las personas embarazadas y discapacitados. Los menores de cinco años pagan sí o sí boleto, ocupen o no el lugar.
Se ríe.
Ella lo ignora.
El se levanta de su cómoda situación y apaga el humo de su interior con agua encontrada en una botella de antaños que contenía burbujas de aire contenidas al punto de estallar de ira.
Arde demasiado internamente.
Se terminó el cigarrillo y la mano roza la espalda indefensa.
Se levanta, se viste y se va.
Ella no sabe ni quien es y él ya no sabe a dónde fue.
Ella lo muestra como ejemplo de hombre que coge bien, que no molesta cuando termina y que se va sin que lo pida.
Él pide a su nuevo romance más actitud y rodea la boca de su amante, lo desnuda, lo tira en la cama y lo besa por sus partes llevándose el pene a su boca y lo hace estallar de sexo, son gladiadores amándose en una triste cama.
No es lo mismo, pero es igual.
Al prender el cigarrillo en la misma ciudad se acuerda que la dejó durmiendo, drogada, apagada, sobre la cama y se levanta, se cambia, besa a su mejor amigo de camas y sale nuevamente.
Ella lo espera, se lava, se cambia y con la misma ropa que la última vez usó y posó desnuda frente a él corrobora que siempre volverá.
Coloca las monedas en el colectivo, se reprime de fumar y de sentarse en los asientos delanteros, viaja parado y dolorido por tanto sexo.
Ella va hacia el balcón.
Él ve desde su ventanilla que la noche ya es de madrugada.
Ella mira su madrugada naciente.
Él se baja a dos cuadras.
Ella salta de su balcón.
El no deja de ver que ella saltó.
Ella es una mancha negra sobre la vereda.
Él se queja, se sienta sobre un mármol de una puerta cualquiera, la ve sin forma. Enciende el último cigarrillo y de sus dos amantes ella fue la primera que se mató de amor por su fuego, su humo, su droga, su sexo, su ignorancia y su vida.
Él y su otro ya no se ven más.
Su otro vive con un viejo que le da plata para viajar de locas.
Él murió en un accidente. Un colectivo del 152 lo llevó en sus ruedas esa misma mañana.



Se fue buscando el sol
y se quemó en el intento.
No te drogues de mí
hazlo por tí
y por él
y por esto
o por lo otro.






Darío, desde La Oscuridad a Diario.

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