Sin título alguno, más que...

El hambre, el hombre
y quien lo provoca.





Al costado del camino
mis pasos,
los únicos.
Los míos.
El frío intenso.
mis dientes
partidos
por tanto golpear
y delatar
cuan desnudo
estoy.
Sin más que pedir,
he de partir
al mismo olvido…



Ya no bailes
desesperada,
sobre la cornisa
tan enamorada, oculta, desinteresada, apática y tan marmota que se idiotiza el sol, las nubes y el entorno masticado del sistema.

La gente pasa,
ignorándote.
Es justo. Así lo pienso cada vez que yo te encuentro en esta miserable vida, ciudad, estado (químico o físico, da igual) y te insulto a más no poder contra esa pared que defiende tu nombre y te idolatra.

No me quieras,
yo te quise y casi,
así, te encuentro y me enamoro.
Pero en vano hoy te imploro no verte más a mi lado y sigues arrastrándote fielmente a tus pensamientos de pura diversión sexual y jadeos intensos de sudor ardiendo en la cama, mi nicho o en la misma madera.

Mírame hoy
Yo te miraré mañana a la cara.
Para luego decirnos solo palabras.
Sabré que podré contar contigo para darte tus últimas palabras de alientos al infierno propio creado para tu cuerpo y tu mente, maltrechos por la muerte envenenada de tu lengua larga y mundana.

Esquívame ya.
No me encuentres
ni me busques,
Pues estaré allí en ese rincón vago, atónito de placeres y pecados, disfrutándome devorarme hasta el hartazgo de vomitarme cuantas veces quiera y deglutirme nuevamente.

Pero hazlo ahora.
Con paciencia y complacencia.
Con amor, suave y eterno, que solo la muerte puede darme.
Sacúdeme tus flacas caderas sobre mi cadáver deshecho por los actos concretos de mis pesares todos en esta maldita vida de tierra y demás elementos concretos para el goce de un muerto.

Concrétame de una vez.
Ámame y verás.
Disfrutarás de mis encuentros casuales como yo nunca disfrute el pecado más criminal de mis andanzas todas por esas ventanas abiertas de mis hoy mariposas sueltas que no dejan de volar, cuales fantasmas en el cementerio de mis maduros recuerdos.

Despedaza mi engreído corazón.
Y calcínalo en hornos oscuros del fuego eterno.
Consúmeme hasta tener las cenizas más raras de amor y odio que nadie haya obtenido de este abatido amante de causalidades.
Disfrútame con buen vino,
Tan rojo como mi sangre arterial y venérame en cada brindis, como dios.

Húyeme.
Lejos andas por ese campo de explosivos colocados exclusivamente para que mueras al correr, al escapar de mí, al desaparecer como todos y todas lo han hecho.
Yo te encontraré primero.
Yo seré tu duelo a muerte, mi muerte.

Pero, si no queda otra.
Si nada te convence.
Seguramente esa bala no pegará en mi frente.
Bajaré ahora mismo mi arma y brindaré con amigos míos y tuyos.
No será hoy tu día de suerte.
No más, no quiero verte… mi muerte.






Engañada
cruzó el caño
y lo perforó.
Nadie lo vio.
Ni sintió el dolor.
Ella, sin querer,
lo acunó
entre sus manos negras
y eternas.
Para nunca más
encontrar la paz,
que buscó tener.
Una bala no mata.
Uno, solo busca
quien lo amamante
hasta las propias entrañas.

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