Sin sentidos

El hambre, el hombre y quien lo provoca (II)


Tierra
Viento
Arena
Mar
Río
Y me hundo suavemente en cada lugar que llego.
¡Perdón, exagero!
No me hundo
Solo me entierro.

Si colocas una flor en mi tumba,
te habrás equivocado.
Yo,
no muero.
Ni muerto estoy.



Sin recordar, desde hace tiempo me duele la cabeza como si fuera una resaca reciente de alcohol, y no sentir más que el eco de mis pensamientos. Solo intuyo. Al tanteo por la vida del hoy.
A mis manos las miro cada vez con más miedo.
Más que miedo.
Nunca las había observado como se sangran entre sí para lograr encontrar el marco de la puerta, la puerta, la salida, la escalera, la llave, el primer escalón, el cantero de la vereda, la vereda, la calle y mis oídos entrelazan el conjunto de sensaciones para percibir el entorno.
Miro, vuelvo, miro nuevamente y pienso.
Ya no veo.
No me veo.
No estaré, seguramente, y pienso. ¿Pero dónde estaré? Me repito.
Es constante este dolor.
Es más que sangrar las manos buscando el dolor. Mi cabeza sangra. Por mis manos sucias. Pero sangra, al hecho de creer que tengo la herida abierta y los pensamientos todos escapan al aire fresco de la mañana.
Es por eso el frío.
Es por pensar demasiado.
Es por el frío que causan mis ideas todas.
Es por la niebla, el frío y mis manos.
Es por mi cabeza, la herida, la niebla, el humo de la boca, las manos y mi yo que no se encuentra.
Es por vos, es por todos.
Una letra en mi teclado no quiere el gusto a sangre de mis manos.
El teclado mismo ha rechazado mis palabras.
Alguien habló fuerte.
Muy fuerte y pienso que hay gente en mi casa. Pero ocultas. Demasiadas.
Esas voces me fisura los tímpanos.
Ahora sangran.
Lentamente me coloca en el silencio total.
Totalmente.
Solo, sin mis ruidos.
Solo, con mi voz interior.
El terror se apodera de mí.
¿Qué hago ahora si no quiero escucharme?
¿Por qué tengo que pagar esto hoy?
¿Por qué, si no quiero escucharme más mentiras?
¿Por qué, si hablo para mí, me tengo que mentir?
Hoy estoy maltrecho.

Las manos que hacen sangrar mi cabeza, mis voces todas que me lastiman los oídos, mis letras todas que no salen, mi yo que no se encuentra, mis días del frío, los días en la escalera, los días afuera, las noches de alcohol, las noches de resaca, las resacas todas de esas noches bochornosas, las del humo, las del humo del cigarrillo, las de comer solo y a veces, las de siempre y de nunca.

Mi cuerpo presenta su piel como un campo de batalla abandonado.
Eran guerras las del amor.
Eran, no más.
Las heridas pasaron por la vegetación del tiempo.
Alguien cambio el lugar de encuentro y yo no los encuentro más.
Será entonces.
Eso será y deberá ser así.
Aún no me convenzo. Me confieso.
Triste.
Logro llegar a la cama.
Logro esa hazaña como la más hermosa y valiente de todas. Claro, son las seis de la tarde. Seguramente mi cuerpo está a destiempo de lo que solía hacer.
Duermo más de lo que vivo.
Vivo más. Vivo en mis sueños. Vivo en ellos, seguramente, porque ni los recuerdo.
Sueño despierto.
Me quiero y me miento.
Será que será un sueño eterno.
Me pregunto ¿Será?
El tiempo dirá.
Pero queda claro que en mi somnolencia febril de utopías y melancolías eternas ya no tienen sentidos. Hoy no las tienen para este maltrecho animal.
Corro. Huyo.
No sé ni me importa de quien lo hago. No me preguntes. No quiero preguntas más. Ni más, que me preguntes lo que quiero escuchar.
Queda, así de golpe, claro.
A merced de mis adicciones.
Al aire.
Al aire.
Al aire y sus raras mezclas.
Al aire.
Al aire.
Al aire y sus vientos.
Al aire.
Al aire.
Al aire de los pájaros en pleno vuelo.

Busqué volar.
Encontré como aspirar el aire que me rodea.
Hoy no lo quiero dejar.
Eso, sin duda alguna, es una buena respuesta a lo que quiero hacer.
No dejaré que nadie me quite esa adicción, respirar es lo que quiero.

Oídos, a sangrar más de la cuenta porque no te quiero escuchar.



Claro
y tan espantoso.
Soy ahora,
soy entonces,
cuando lo era.
Soy más
ni menos.
Soy,
eso es muy bueno.



Un recuerdo a ciertos momentos: “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara.
No sé porqué, pero algo me dice mucho y poco, pero queda claro que me gusta más, cada vez que la escucho.
Sepan que estoy.
Algo atrás, pero estoy y de a poco llego.
Es como caminar en una cinta de gimnasio. El mismo paisaje siempre y ver que el agotamiento es fatal y no se avanzó nada, a pesar que el aparato digital marca los kilómetros realizados en vano.
Llegando, cansado, Darío de La Oscuridad a Diario


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