Y me gusta


Todos,
estrangulados,
buscaron zafar del mundo.
Yo,
estrangulado,
solo esperé el tiempo
necesario
para pensar cuanto he vivido,
sufrido,
amado
y te he colocado en mis manos
junto a mis labios.
Para luego morir.
Tan contento.
Tan alegre.
Y no querer volver.



Ya no espero.
Es otoño
y me gusta.
Ya no espero a la mañana, sentado, mirando la ventana por la que solía entrar y besarte y quererte como amante, como objeto de arte.
Eso, ya no espero.
Pero en otoño pienso, actúo y concreto en forma tan audaz que mis días pasan rayando el límite de velocidad.
Y no me alcanza.
Es otoño
y me gusta.
Tardes grises, con soles a medias y flores pequeñas que asoman ante el frío de río que se avecina y estrangula el crecimiento.
Pero no me quejo, es otoño y me gusta, como tu cuello, mis besos sobre tu piel desnuda en tu espalda esculpida, tus manos sobre las mías, tus movimientos de cintura y ese sudor forzado de gustos marcados.
Y la ventana.
Tan sola como mi alma.
Y la mañana,
sale sin preguntar, como los días que siguen.
Y mis manos.
Solas, sin apoyo en mi cama y mi almohada que extraña la compañía de ambas cabezas que piensan sobre el devenir, sin porvenir.
Y mis ojos.
Sin sentido, colorados casi rojos, por no dormir. Miran a la nada, desconsolados, se ciegan al intentar parpadear y entender la realidad que los impera.
Y mis labios.
Besan la espuma el espeso aire del cigarrillo que lo acompañó tal cual un beso, a besos, de tu boca.
Pero no es lo mismo. Nada. Ni el otoño que más me gusta, ni tus besos de humos compañeros, ni el frío titiritero que intenta demostrar que el invierno es el que sigue, lejano, pero previsible en la magnitud del paso acorralado y en máxima presteza para alcanzar el alma de los que miramos desconsolados por la ventana.
Pero, te espero. Aunque lo niegue.
Sentado. Parado. Tomando el café y meditando bajo el humo de mi cigarro.
Y hace ruido.
El corazón.
Y hace ruido.
Porque se excita, como vos, cuando al entrar por la ventana, te bese nuevamente, de mañana, de tarde y de noche, sobre tu cálida almohada, cama y habitación prestada.
¿Duele?
Todo, siempre.
Ya no te espero, es otoño, son tus besos imaginarios de este enamorado que no entendió como llegó a la ventana y gritó, bajo palabra, por qué tanto te amó.



Hoy,
el frío
oculta el mío,
el del corazón.
Pero, no tengo miedo.
Ya no.
Antes lloraba.
Ahora,
solo,
lloro por tus idas.
Pero no por tus regresos
ni por el tiempo que te quedas.



Comentarios

Virginia dijo…
a fin de cuentas siempre estamos esperando, no?, aunque digamos lo contrario, esperamos no esperando nada... es raro... pero lo entiendo... y lo vivo...

Saludos!!

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