Más allá del ancho Río



“…Allá en mi pago hay un pueblo
que se llama No-me-olvides;
quien lo conozca que cuide
su recuerdo como gema,
porque hay olvidos que queman
y hay memorias que engrandecen,
cosas que no lo parecen,
como el témpano flotante,
por debajo son gigantes
sumergidos, que estremecen…”
Milonga: “Diez décimas de saludo al publico argentino”
Alfredo Zitarrosa


Sábado, 11 de la noche. Llegada por el puerto de Buenos Aires, terminal de Buquebus. Noche, frío y Buenos Aires no cantaba, solo despertaba nuevamente para no dormir eterna y majestuosa. Desde el río, las luces se notaron siempre a la bajada del rey astro. Lejos, muy lejos la antigua Colonia nos saludaba en un “Hasta luego”. La peripecia de tres días atrás terminaba esa noche. Se fue Uruguay, llegó la Argentina. Con sus problemas casi, casi similares. Casi, casi hermanas. Casi, casi alejadas por imberbes comentarios. Pero tan unidas como sus cantantes, amigos y lugares.
Valeria, en la cola de migraciones, se presenta con picardía. Hugo con permiso. Yo con lo fijo y lo justo. Laura sorprendida, la última en llegar y ver a dos muchachos aún disfrazados de murgueros uruguayos (Por lo payaso) estaban esperando en el mismo lugar. Claro, si hablamos de murgas comento que las niñas que vimos al final del destino no fueron, no pudieron y no conocieron los cantos de las magnánimas obras de evento popular de nuestra República Oriental del Uruguay y su ciudad Capital, Montevideo. Ahí estábamos, en migraciones, haciéndonos cargo de nuestra despedida. Ellas estuvieron siempre cerca, tanto en el barco como en toda su peripecia montevideana, en el hotel y vaya uno a saber. Pero era la segunda vez que nos mirábamos.
Horas antes, el recorrido por todo el Cerro de la ciudad de Montevideo fueron nuestros pasos. Desde las 8 de la mañana, con amigos muy amigos casi, casi hermanos. Este gran lugar con sus historias coloniales. Sus momentos de zozobras, sus cantos de victorias y su gente que rema a la par día a día de la política al trabajo, del trabajo a las calles y de las calles a sus casas. Inimaginable encanto de playas populares. El río, transformado por el viento en mar. Los barcos de gran porte son vistos con nuevos ojos hacia el puerto. Un lugar, sensaciones. Charlas, recuerdos y cervezas que amainan la jornada. La noche anterior, solo allí, el recorrido se vistió de color, baile y fervor condimentado por la lluvia que se espantó ante los aplausos de la gente que “murgueaba” (¿Se podrá decir? ¿Entrará este léxico dentro del diccionario de la Real Academia Española? No sé, solo sé que es lindo ver como se “murguea” en Montevideo). Todo fue preparado de antemano por un señor grandote, de mucha barba, colorado, de tez blanca y de un gran corazón. Con abrazos, 12 horas antes nos encontramos en la puerta del hotel. Almorzamos en un lugar que él mismo buscó referencias y charlamos. La vida, las idas y venidas, las cosas bien, las cosas mal, las experiencias y sus experiencias. Todo un amigo que solo me conoció tres días, hace mucho tiempo, ofreció su corazón. Solo gente grande, como todos los que intervinieron ante mi llegada ausente, desconocida, al Uruguay. Gente atenta a los sentimientos. Gente de respeto y que debo darles y como les di, mis mejores deseos y mis mejores bienvenidas.
A todo esto, esa misma madrugada un muchacho improvisó un acto de huída hacia lo oscuro de la plaza Independencia. Atónito, el General Artigas quiso dejar su caballo para evitar el robo de mi celular, pero en mi estado ni a caballo lo podía correr. El vino uruguayo (Apunte: destacar que Laura y Gustavo fueron muy amables con nosotros, el vino recomendado y los demás, solo queda decir: “Vengo volando, muy bajo, buscando algún claro donde descansar. Es que me vengo bandeando, me estoy cayendo de tanto andar”… por ese motivo salimos de la ciudad vieja. El resto, muy buena onda, seguí pintando) causó estragos y me resigne a ver como mi agenda única de números, contactos y demás desaparecían lejos. Intenté llamarlo a la mañana, pero no, el flaco se tomó una larga siesta. Si bien el jueves, antes de salir para el Mercado, mis amigos me recomendaron guardar el celular en el bolsillo porque ese sería el fin. El ignoto argentino no lo creyó así, pero vio como el lugar pintaba más para un atraco, a pesar de la gente, de la comida y los tragos. Sin embargo el recorrido fue tranquilo, muy amable y con una travesía por lugares comunes, antes frecuentados. Mis amigos, contentos por verme bien y con ánimo de avanzar pisando cabezas que se quieran imponer. No creí que fuera para tanto, pero me encantó (Ego aparte, les debo mucho porque siempre fueron así conmigo, con mi trabajo y en persona cuando, por primera vez, pisé suelo uruguayo).
A la llegada, ni bien apoyamos un pie en el hotel, nos esperaba una muchacha… Se tomó el trabajo de esperar 2 horas, pues este muchacho que hoy describe el periplo no tomó en cuenta la hora perdida. Ese adelanto en el reloj, me llevó a ganar-perder una hora. Pero esa bienvenida, realmente valió la pena perder horas. Increíble el hambre con el cual bajamos del barco. Se notó cuando fuimos, acompañados, a comer pizza, frente a la explanada de la municipalidad de Montevideo. Hasta compartimos con un personaje que, en Uruguay y por ser militante político de mi América Latina, nos da ese placer más grande que uno debe tener y seguir como ejemplo, el Ministro de Hacienda del Uruguay, Don Mujica se encontraba comiendo a solo un metro nuestro. Militante Tupamaru, hoy ministro del Frente Amplio y un humilde personaje criador de vacas, chancho y demás animales en su ranchito en las afueras de Montevideo. Así nos recibió, para luego seguir en el tablado (Chicas, Vale y Lau: El tablado, es le lugar que ustedes debieron preguntar para asistir, recorrer y escuchar) Es lo mejor de la murga. La manifestación popular del canto y de las discusiones políticas metida en un armonio ritmo que solo la voz del murguero lo puede dar. Escuchar y reflexionar. Quejarse y avanzar. Mostrar la ironía como arma y luego la simpatía como bandera. Mis favoritas: Los Diablos Verde, Aracalacana y Falta y Resto. Pero esa noche solo la primera y “las Margaritas” que improvisaron una parodia interesante sobre las costumbres uruguayas dejaron emocionados a todos los concurrentes (salvo a estas dos niñas, claro está).
El cansancio de haber recorrido dos horas en autobús de Colonia hasta Montevideo. El trámite de llegada a las costas uruguayas. El calor y el buen clima durante las navegadas aguas del Río de la Plata. Abordo, me tomé la libertad de sentarme en cubierta y escribir nada. Digo nada porque realmente escribí mucho sobre nada. Un ensayo magnífico sobre el vacío que tenía en ese momento. Cinco poesías sobre el río, el viento y las orillas. Nada más y dos horas de papel. Luego al darme cuenta que la piel no soporta el sol, me ubiqué debajo de la sombra y contemplé a sus pasajeros. De temprano, antes de salir fuera de horario, era curiosa la mezcla. Por un lado, alemanes. Estos se notan de lejos con sus pantalones cortos y el gorrito característico. Por el otro los peruanos, con sus fotos y sus rasgos típicos americanos. Los yanquis, siempre vestidos neutrales, que pasan como nada entre la nada. Nosotros sentados tomando mate. Los que se prenden directamente en la barra de la cubierta y toman para olvidar el vaivén del barco. Y lo mejor, la tranquilidad de ver a Buenos Aires alejándose entre sus edificios y sus humos. Después, ya nada importaba el haber salido a las 6:30 de la mañana en un bus que aumentó los precios vaya uno a saber, para bajar en retiro en plena mañana de verano.

Lo importante, antes de salir del día anterior, es la emoción que sentía por ver a mis amigos. En la llegada, la emoción por ver que realmente son amigos y que uno debe seguir siempre siendo amigo de los que realmente a uno les llena el corazón, con esperanza y con razón. En definitiva, uno hace amigos para eso y debe tener en cuenta que lo que cuesta, vale mucho de amor que de vil metal. A todos, de un amigo en una ciudad conocida por pocos, muchas gracias por todo aquello que me llenó y me ayudo a dar esos pasos en la eternidad de mi oscura ascensión. Sandri, Juan, Ricardos (2), Pedro y toda esa gente linda de aquel bastión laboral… mis amores, mis tesoros y mis días de mi vida se las doy, sin compromiso, siempre que las necesiten.



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